Los ancianos reconocieron, entre el barro
de la fosa, los restos de su hermano Zósimo, por la hebilla de un cinturón, las
suelas de unas abarcas…
Anochece entre las urces y el humo se remansa lento en las tejas lejanas. Zósimo
bajará al asedio que se emboza en la noche y en los capotes; bajará negociando
el silencio con los perros, negociando la sombra con la luna; bajará a
compartir la muerte ya que no la vida.
Entre las urces, Zósimo ve agonizar al viejo que llegó por el camino del fin de la tierra; el viejo al que ahora mata flecha de rey, soberbia de obispo, miedo de poderoso. <Maestro, no soy hombre de credos, tú sabes... solo sé la piedra, la labra en el camino que te trajo, donde supe de hombres y maldad…hasta ti, que das y no pides, lo que no perdona tu enemigo el clérigo>.
Zósimo, en la mugre urbana, duda, en el rito asambleario, en el trajín joven, duda. No sabe si es su sitio, el de siempre, en la lucha de los tiempos. Por eso, sobre la mugre urbana, duda.
Zósimo, el proscrito, contempla entre las urces la enorme herida del monte, el sufrimiento que mantiene la lanza para que el oro engrase la Roma lejana. Ya solo le es posible el monte, el Tileno de los abuelos, donde es nada al Imperio pero es esperanza en la llaga roja de la sierra.
Zósimo, entre las urces, esconde su cuerpecillo y su miedo. Ayer vio robarmatarviolar. Hoy, desde el monte, ve la rabia quemando las casas, y tensa su alma en la honda de zagal, sobre el contraluz de las llamas donde sables borrachos persiguen gallinas, entre las urces.
Entre las urces, Zósimo ve agonizar al viejo que llegó por el camino del fin de la tierra; el viejo al que ahora mata flecha de rey, soberbia de obispo, miedo de poderoso. <Maestro, no soy hombre de credos, tú sabes... solo sé la piedra, la labra en el camino que te trajo, donde supe de hombres y maldad…hasta ti, que das y no pides, lo que no perdona tu enemigo el clérigo>.
Zósimo, en la mugre urbana, duda, en el rito asambleario, en el trajín joven, duda. No sabe si es su sitio, el de siempre, en la lucha de los tiempos. Por eso, sobre la mugre urbana, duda.
Zósimo, el proscrito, contempla entre las urces la enorme herida del monte, el sufrimiento que mantiene la lanza para que el oro engrase la Roma lejana. Ya solo le es posible el monte, el Tileno de los abuelos, donde es nada al Imperio pero es esperanza en la llaga roja de la sierra.
Zósimo, entre las urces, esconde su cuerpecillo y su miedo. Ayer vio robarmatarviolar. Hoy, desde el monte, ve la rabia quemando las casas, y tensa su alma en la honda de zagal, sobre el contraluz de las llamas donde sables borrachos persiguen gallinas, entre las urces.
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