jueves, 16 de mayo de 2013

El primero de mayo y el pijosoe








 

 

 No era un señorito de los de siempre, de los que lo han sido por generaciones y generaciones. Parecía más bien uno de esos frutos de la reciente bonanza económica que ahora se desmorona. Era lo que podríamos llamar un pijosoe. En su cuidada apariencia de petimetre se veía invertido abundante tiempo y dinero. Los ademanes estudiados y la voz engolada terminaban de delinear una figura que se me antoja relacionar con determinadas secciones de El País Semanal, como las de moda, cocina, belleza, decoración, psicología o autoayuda; o con los anuncios de perfumes, grandes vinos y otros lujos que esta revista ofrece a los - ahora situados - viejos progres de trenca y pelo largo, y a sus cachorros treintañeros. Ah esos viejos progres, condenados siempre a quedarse sin periódico, agarrados al clavo ardiendo de El País, el viejo icono que semanalmente les da claves de vida dulce con la que puedan sobrellevar mejor la crisis, mientras sanean la empresa que hay que dejar limpita a los hijos, mediante un ERE y el abaratamiento legislado por los peperos.    

Los señoritos de siempre, los pijos como dios manda, me traen sin cuidado, los soslayo, es un entrenamiento de toda la vida, siempre han existido. Pero estos nuevos señoritingos me enervan, no los soporto. Veo en ellos una muestra más del fracaso de la transición política –en la que siempre hay algo de fracaso propio -  y me crispa su ignorancia de una realidad tan cercana como es la de sus padres.

Los dos viejos volvían a su pueblo serrano tras la manifestación del primero de mayo y el posterior chateo en Madrid. El tren de cercanías pasaba por los pueblos al norte de la ciudad, donde se concentra mucha de la progresía enriquecida en los años de bonanza. Las manos de los ancianos, retorcidas por el trabajo y los años, aferraban como bastones las banderas rojas enrolladas en los mástiles sobados durante la larga militancia. El petimetre treintañero, sentado frente a ellos, pareció sentirse en la obligación de hablarles de tú a tú, de rojo a rojo, aunque, eso sí, desde la superior instancia de su grado universitario, que dejó muy clara desde el principio. Dijo de su condición de socialista, de joven empresario, de emprendedor, y de su concepción de la empresa como algo más que simples intereses económicos. Habló de las – por lo visto -  ya inexistentes clases sociales, del fin de la dicotomía derecha e izquierda; de un mundo en el que la ideología política se limitaba a debatir, simplemente, una mayor o menor intervención del estado en la economía. Le oí  algo sobre la retribución al riesgo y al impulso, y de no sé qué derechos de la inteligencia y la formación…

A uno de los viejos se le fueron inflamando las venas del cuello, y cuando el cuerpo, el brazo y el dedo se alzaban para la contestación, la mano de su compañero le detuvo.

-         Calla Vicente, qué no habrás oído tu ya…

El pinturero mocito se levantó y se dispuso a apearse en la parada que anunciaba la megafonía, despidiéndose con un < adiós, compañeros >  lo que termino de congestionar el cuello de Vicente.

-         Compañeros, nos ha llamado compañeros, será…

-         Él no, Vicente, no es un compañero. Lo triste es que su padre lo haya sido algún día, y estos sean los frutos, la siguiente generación…

El tren se adentraba en el Guadarrama, cubierto ya por los exultantes verdes de  la primavera.

 

 

 

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