Hoy,
en Torrelodones, cavando la tierra de mi huerto de jubilado – el primero que
intento plantar en mi vida - la herramienta ha sacado a la luz un cartucho de
fusil de la guerra civil. He recordado los años escolares cuando en los campos
y solares cercanos al colegio los niños buscábamos los proyectiles y cartuchos
que había en abundancia. El colegio estaba y está situado en la zona que
urbanizó en los años veinte del siglo pasado la inmobiliaria Metropolitano,
al final de la madrileña calle de La Reina Victoria. La estabilización del
frente hizo que durante toda la guerra la Ciudad Universitaria fuese zona de
intercambio de muerte artera y furtiva.
Coleccionábamos
tan macabro material alentados por la curiosidad infantil y por la continua
arenga político - militarista que los sublevados vencedores pusieron en nuestra
infancia. Hoy, como a muchos, cualquier arma me produce repugnancia; y no puedo
por menos de pensar que esta repugnancia es una pequeña victoria sobre aquellos
individuos que pretendieron moldear nuestras conciencias con la irracional
amalgama de ideas con las que el régimen improvisó su doctrina, metiendo en su
crisol los idearios e intereses de las distintas facciones de la sublevación y
los de sus colaboradores y patrocinadores.
El
cartucho fue disparado; la marca triangular del percutor sobre el fulminante
así lo atestigua. Hace casi ochenta años los dedos de un soldado de uno de los
dos bandos, quizás un niño como lo era mi padre, metieron este cartucho en el fusil
y lo dispararon hacia un enemigo apenas intuido en las propagandas
doctrinarias. Lo he encontrado a poca profundidad, no ha sido mucha la tierra
que ha caído sobre él en estos años. Lo que separaba a los bandos contendientes
también parece estar a poca profundidad, y en estos días vuelve a asomar
peligrosamente cuando escuchamos las soflamas irresponsables de algunos líderes
y lideresas de la derecha. La mayoría absoluta y la crisis económica están siendo utilizadas por el gobierno - del partido que aglutina a la derecha - para
dilapidar los logros sociales alcanzados desde la transición política y los “otorgados”
durante el largo periodo de la dictadura. Los nuevos liberales que controlan al
partido conservador están empeñados en la sistemática eliminación de lo
público, entregando las posibilidades de especulación económica en estas áreas
al capital que defienden y representan. Esto es lo que realmente parece
preocuparles, y no la realidad aplastante del 27% de parados.
Por
otra parte la izquierda está desmantelada. Los pasados años de bonanza
económica sin base real han vaciado ideológicamente al Partido Socialista,
empeñado en el viaje hacia el centro político en que le embarcó Felipe González,
negando el marxismo. Al llegar la crisis los socialistas en el gobierno no supieron
reaccionar, y terminaron aplicando medidas de un liberalismo radical, dictadas
desde Europa o Alemania, lo que les condujo a una aplastante derrota electoral
y a una situación interna de la que tardarán en recuperarse. Los partidos
situados a la izquierda de los socialistas - agrupados en IU - tienen también
un problema de indefinición ideológica. No hay un discurso claro, firme, global
y valiente de alternativa a la política de la derecha, ni tampoco una pretensión
clara de conducir y liderar los movimientos sociales de respuesta a la
situación límite en que se encuentra el país, movimientos que surgen
espontáneos al margen de las organizaciones políticas. Se respira un
posibilismo que solo conduce a la pérdida de identidad de la izquierda. Las
halagüeñas cifras de IU en las encuestas solo se deben a la debacle socialista,
y la bajada de la derecha tiene límite en su amplio y fijo voto cautivo, que le
llevará a ganar, si no se remedia, las próximas elecciones, por mucha
corrupción que siga asomando en su entorno, pues ya sabemos que este es asunto
asumido por la banda fija de su electorado.
No
hay razones para el optimismo. Nuestra sociedad está en una decadencia
alarmante en la que todo puede ser posible. Estamos en manos de mala gente. No
gobiernan para nosotros, sino para un sector social que ya recibe ampliamente
los frutos de la situación. Hace falta un despertar, y no parece que lo vayan a
propiciar los partidos políticos. España es honda – quiero creer - y en su
profundidad tendremos que poner la esperanza.
Yo,
en tanto, continuaré con el pequeño lujo de cavar mi huerto de jubilado, con mi
escepticismo de viejo, atento a poner mi pobre hombro donde crea que va a
servir de algo, si encuentro donde.
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