domingo, 5 de mayo de 2013

El cartucho de Mauser

 
 
 
 
 
 

 
 
 
Hoy, en Torrelodones, cavando la tierra de mi huerto de jubilado – el primero que intento plantar en mi vida - la herramienta ha sacado a la luz un cartucho de fusil de la guerra civil. He recordado los años escolares cuando en los campos y solares cercanos al colegio los niños buscábamos los proyectiles y cartuchos que había en abundancia. El colegio estaba y está situado en la zona que urbanizó en los años veinte del siglo pasado la inmobiliaria Metropolitano, al final de la madrileña calle de La Reina Victoria. La estabilización del frente hizo que durante toda la guerra la Ciudad Universitaria fuese zona de intercambio de muerte artera y furtiva.

Coleccionábamos tan macabro material alentados por la curiosidad infantil y por la continua arenga político - militarista que los sublevados vencedores pusieron en nuestra infancia. Hoy, como a muchos, cualquier arma me produce repugnancia; y no puedo por menos de pensar que esta repugnancia es una pequeña victoria sobre aquellos individuos que pretendieron moldear nuestras conciencias con la irracional amalgama de ideas con las que el régimen improvisó su doctrina, metiendo en su crisol los idearios e intereses de las distintas facciones de la sublevación y los de sus colaboradores y patrocinadores.

El cartucho fue disparado; la marca triangular del percutor sobre el fulminante así lo atestigua. Hace casi ochenta años los dedos de un soldado de uno de los dos bandos, quizás un niño como lo era mi padre, metieron este cartucho en el fusil y lo dispararon hacia un enemigo apenas intuido en las propagandas doctrinarias. Lo he encontrado a poca profundidad, no ha sido mucha la tierra que ha caído sobre él en estos años. Lo que separaba a los bandos contendientes también parece estar a poca profundidad, y en estos días vuelve a asomar peligrosamente cuando escuchamos las soflamas irresponsables de algunos líderes y lideresas de la derecha. La mayoría absoluta y la crisis económica están siendo utilizadas por el gobierno - del partido que aglutina a la derecha - para dilapidar los logros sociales alcanzados desde la transición política y los “otorgados” durante el largo periodo de la dictadura. Los nuevos liberales que controlan al partido conservador están empeñados en la sistemática eliminación de lo público, entregando las posibilidades de especulación económica en estas áreas al capital que defienden y representan. Esto es lo que realmente parece preocuparles, y no la realidad aplastante del 27% de parados.

Por otra parte la izquierda está desmantelada. Los pasados años de bonanza económica sin base real han vaciado ideológicamente al Partido Socialista, empeñado en el viaje hacia el centro político en que le embarcó Felipe González, negando el marxismo. Al llegar la crisis los socialistas en el gobierno no supieron reaccionar, y terminaron aplicando medidas de un liberalismo radical, dictadas desde Europa o Alemania, lo que les condujo a una aplastante derrota electoral y a una situación interna de la que tardarán en recuperarse. Los partidos situados a la izquierda de los socialistas - agrupados en IU - tienen también un problema de indefinición ideológica. No hay un discurso claro, firme, global y valiente de alternativa a la política de la derecha, ni tampoco una pretensión clara de conducir y liderar los movimientos sociales de respuesta a la situación límite en que se encuentra el país, movimientos que surgen espontáneos al margen de las organizaciones políticas. Se respira un posibilismo que solo conduce a la pérdida de identidad de la izquierda. Las halagüeñas cifras de IU en las encuestas solo se deben a la debacle socialista, y la bajada de la derecha tiene límite en su amplio y fijo voto cautivo, que le llevará a ganar, si no se remedia, las próximas elecciones, por mucha corrupción que siga asomando en su entorno, pues ya sabemos que este es asunto asumido por la banda fija de su electorado.  

No hay razones para el optimismo. Nuestra sociedad está en una decadencia alarmante en la que todo puede ser posible. Estamos en manos de mala gente. No gobiernan para nosotros, sino para un sector social que ya recibe ampliamente los frutos de la situación. Hace falta un despertar, y no parece que lo vayan a propiciar los partidos políticos. España es honda – quiero creer - y en su profundidad tendremos que poner la esperanza.

Yo, en tanto, continuaré con el pequeño lujo de cavar mi huerto de jubilado, con mi escepticismo de viejo, atento a poner mi pobre hombro donde crea que va a servir de algo, si encuentro donde.

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