miércoles, 30 de octubre de 2013

Ascetas, moriscos y mudéjares












    

     Paseando los vericuetos mudéjares de un pulcro Arévalo que celebra Las Edades del Hombre me encuentro con este San Juan de la Cruz, de Venancio Blanco. En el rostro, de rasgos  apenas esbozados en el bronce, parece asomar la humildad del pequeño fraile y el espíritu del poeta enorme. Entre los ladrillos moriscos de los paramentos del entorno, en medio de esta Moraña abulense, me viene a la memoria esta estrofa del fraile rebelde:
  No quieras despreciarme,
que, si color moreno en mí hallaste,
ya bien puedes mirarme
después que me miraste,
que gracia y hermosura en mí dejaste.
     Las interpretaciones pueden ser muchas, pero aquí y ahora es la estrofa que me acude.
    Es fácil también rememorar los versos al Único, los cantos de los sufíes murcianos del siglo XIII, lanzados, disparados al cielo como las palmeras huertanas;  imágenes,  símbolos que tres siglos después utilizará San Juan.
  

   


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