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Barroco palermitano |
Palermo
Imagen parcial de un paseante
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Decadencia |
El Palermo
viejo, junto al mar al que se debe, no se asoma demasiado a él. Sus callejuelas
curvas cierran plazuelas en las que hierve la vida. Palacios junto a palacios y
frente a palacios ruinosos, mugrientos, divididos en viviendas de vocerío y
ropa tendida. Patios de arcadas renacentistas o barrocas donde crecen en
desorden enormes ficus, plataneras, jazmines, buganvillas y se amontonan
chiscones donde se urden pequeños negocios de todo tipo. Suciedad. Iglesias
junto a iglesias y frente a iglesias de desmesura barroca o austeridad
medieval. Suciedad. Mugre. Ruinas de abandono en las que se acumula la basura.
Ruinas de terremotos. Ruinas, mellas, aún, de los bombardeos en la Segunda
Guerra Mundial. Capillas, imágenes iluminadas en los recovecos de las calles,
presencia de una fe religiosa de la que los palermitanos necesitan hacer
ostentación pública.
Plaza Garraffello, en la Vucciria
Palermo
vive de la curiosidad por el poso de talento y de belleza mestiza que han ido
dejando los siglos, los milenios; que ha ido dejando el paso de cruzados hacia
Tierra Santa, el paso de musulmanes de Al Ándalus hacia La Meca, el paso de
comerciantes de oriente hacia occidente. Poso de la convivencia – mejor o peor
según la época - de árabes, bereberes,
judíos, eslavos, persas, turcos, bizantinos, normandos, calabreses, aragoneses,
castellanos, venecianos, genoveses…
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Fe popular en las calles |
Palermo
es el color y la vitalidad de sus mercados con la ruidosa cantinela siciliana de
los pregones; es las terrazas en que sentarse a descansar la caminata, con un capuchino,
un cornetto y el agobio de los esrilanqueses que te ofrecen conectadores USB. Palermo
es también la insufrible – para los foráneos -
descortesía y agresividad en el caótico tráfico de coches y motorinos. En
esta ciudad, quizás en todo Sicilia, parece haber una norma sobre todas las
normas: el incumplimiento de la norma. Hay otro Palermo, naturalmente, el
ortogonal y algo menos sucio que se fue creando con la huida de las gentes del
centro; pero lo he pateado poco.
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Un corazón en el abandono de la Vucciria |
Quizás,
para entender esta ciudad, para entender Sicilia, sea necesario tratar de conocer
algo de su realidad social; saber algo, por ejemplo, del complejo concepto de
“familia” como círculo de protección, como contexto de relaciones de
consanguinidad, parentesco, alianza, clientelismo, compadraje etc. Estas extensas
“familias” mantienen su vigencia en la actualidad paralelamente a otros grupos
de “solidaridad”, como el barrio, que es el lugar donde “deben” de hacerse los
amigos y los aliados. Cualquier intento de actuación política tiene que contar
con la enorme dificultad que de entrada supone esta realidad social. Vivir en
un barrio, en un pueblo, trae consigo estar inmerso en este sistema, con todas
sus consecuencias.
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Heridas de terremoto |
Otra
de las preguntas que nos hacemos al caminar por Palermo es la razón de tan
evidentes esplendores pasados y el porqué de su posterior decadencia. Nos
preguntamos de donde salieron los dineros para tanto palacio, tanta iglesia, tanto
boato que nos habla del ancestral gusto por aparentar de los palermitanos. Las
grandes “familias” comienzan a formarse en la antigüedad con el comercio de los
abundantes excedentes agrícolas de la isla. Estos grupos van consolidando su
poder económico en las ciudades, pues parece que en Sicilia nunca se ha querido
vivir en el campo. Paralelamente a la acumulación de tierra van acaparando
poder político y nuevos métodos de enriquecimiento mediante las concesiones y
gabelas obtenidas de la realeza. Entre ellas estaba la Corsa, actividad
rentabilísima y legal consistente en la leva de naves con “patente de corso,”
es decir, el derecho de apresar y saquear cualquier barco considerado enemigo.
Otro privilegio concedido a estas “familias” era la Tonnara, consistente en la
explotación de las almadrabas y la comercialización del atún. Los derechos de aprovechamiento
de las salinas fueron también importante fuente de caudales. Gabelas de menor
importancia, y también de concesión real, fueron las de mataderos de animales,
almacenes en puertos etc.
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Vía Santa Teresa |
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Decadencia |
Las
“familias,” acaparado el poder político y el económico, compran los títulos
nobiliarios que adornen sus apellidos y los blasones que enseñoreen sus
palacios. La religión es parte sustancial de la vida cotidiana, y los poderosos
hacen de ella un uso instrumental. La asistencia social es asunto privado, y
hospitales, asilos y orfanatos dependen de las órdenes religiosas que son financiadas
por las “familias.” La caridad, el agradecimiento, consolida el poder del
grupo. El mismo afán de competir en la suntuosidad de sus palacios, lo ponen en
sus fundaciones de iglesias, conventos y centros de caridad.
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Gótico del periodo aragonés. Santa Maria della Catena |
A
mediados del siglo XIX el confuso Risorgimento cambia las cosas. En Sicilia no
del todo. Ha cambiado algo el medio en el que actuar y las posibilidades de
negocio, pero las formas de organización social y de acaparar poder y dinero
perduran en gran manera y se adaptan a las nuevas circunstancias. Y el Estado
choca con esos poderes paralelos que no controla.
Los
palermitanos gustan de decir que sus defectos son los heredados del periodo
español. Supongo banal entrar a considerar tamaña afirmación. Me limito a
constatar la belleza, las líneas limpias de ese gótico precioso del periodo aragonés.
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Pupi palermitano |
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Pupi palermitano |
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Plaza Magione |
Palermo
es el Mediterráneo. Es la fecundidad del mestizaje. Ahí están Monreale y la Capilla
Palatina para seguir enseñando caminos a la humanidad. Yo paseo Palermo.
Disfruto Palermo. Trato de entender esta ciudad que está entre la belleza de La Anunziata de
Antonello da Messina y ese "museo" de los horrores de los frailes capuchinos (al que, por
supuesto, no he ido).
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Líneas |
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Vucciria |
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Decadencia |
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Herida de la Segunda Guerra Mundial |