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on Prudencio Cascaleja
está convencido de que el tal Peter, el del principio de incompetencia, era
demasiado biempensante para ser competente. Don Prudencio cree a pies juntillas
en lo que podríamos llamar principio de Cascaleja. Y no es que don Prudencio haya
pretendido formular principio alguno, no,
y menos en poner su nombre a algo tan universal. Pero para entendernos
podemos llamar así a ese modus operandi
que tan bien le ha funcionado a lo largo de la vida y que, con sus propias
palabras, podríamos enunciar así: si
asciendes a los listillos las cagao. Vamos que el competente, en su viaje
hacia la incompetencia, te puede hacer una avería; por lo que hay que estar
seguro de no elevar a nadie capaz de hurgarte la tierra bajo los zapatos.
En el acto de su relevo, a
Cascaleja se le hacen presentes los muchos años de camino desde su puesto de
botones en aquel banco hasta su acomodada situación actual y su cargo de
Gobernador Civil, (en la intimidad ha seguido usando el antiguo título). No ha
sido un paseo fácil. Han sido muchos gorrazos, muchos siseñor, muchas reverencias, mucho aguantar a imbéciles poderosos...
El artero don Prudencio pasea su mirada cicatera por esas caras arrobadas que
escuchan las palabras del petimetre que el Partido ha nombrado para
sustituirle. —Todos estos cantamañanas de la boca abierta me deben sus
carguillos y muchos favores—. Qué olvidadizos son los humanos.
Don Prudencio siempre ha
hecho honor a su nombre. Jamás se ha ido de la lengua. Su mano izquierda ha
ignorado, sistemáticamente, los trabajos de la derecha. Siempre ha seguido al evangelista
Mateo en lo de imitar la ofídica prudencia. Sí, puede ser que se haya pasado un
poco en el asunto ese, sí; pero en realidad nada fuera de lo habitual. Lo que
ocurre es que en el Partido hay ahora mucho cobardón hipócrita. ¡Si don
Prudencio olvidase su prudencia!
Su única equivocación ha
sido el petimetre. Lo reconoce. Se equivocó. Le engañó esa cara de tonto. Y eso
que nunca se ha fiado de marisabidillas como este. Pero sí, le engañó. Tampoco
vigiló sus intrigas en el Partido, y eso que una voz agradecida le había
avisado, pero no hizo caso, no le dio importancia. —Me hago viejo— piensa don
Prudencio.
En cuanto a los asuntos
judiciales Cascaleja está tranquilo. Todo quedará en nada. Ahora a descansar a
la finca y a pergeñar algún negociete que ya da vueltas en su cabeza. Seguro
que todavía podrá ajustar las cuentas a alguno. Sobre todo al mequetrefe de las
manos juntas y el andar escorado que le ha sustituido en su puesto. Ese
petimetre marisabidilla que ha escapado a su olfato. Todo se andará. Siempre
que llueve escampa. Todos los veranos se ha trillado.