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urante toda mi vida he oído
a los españoles utilizar frases, hechas ya interjecciones, que —para entendernos y
como broma— llamaré escatológicodivinas; usos verbales que se iban haciendo
menos frecuentes según la gente ascendía en la escala educacional. Supongo que estas
formas lingüísticas nacieron del tradicional sentimiento anticlerical de este país,
sentimiento que tan a pulso se ha ganado la Iglesia a través de los tiempos. Sin
embargo no veo intención antirreligiosa ni absurdos propósitos de ofensas a la
divinidad en esta forma de hablar que tradicionalmente ha utilizado el pueblo
llano. Se trataba de jorobar al cura, eso seguro que sí, pero tan solo era pobre
reacción de defensa del indefenso ante quien solía hacer un uso torticero del
poder.
Condenar al fuego eterno al
blasfemo parecía reacción de suficiente contundencia, y no he tenido noticias
de actuaciones de la justicia ante usuarios de estas expresiones, ni
durante el franquismo ni durante la transición. Pero resulta que en nuestros
días un actor (a servidor le parece un simple cantamañanas) no ha encontrado
mejor forma de promocionarse y salir a la palestra que dedicarse a soltar en
los medios de comunicación una serie de groserías de mal gusto, en un ignorante
e inadecuado uso de ese lenguaje escatológicodivino que el pueblo ha
consolidado a través de los tiempos. Parece que lo lógico sería ignorar esta
insensatez, este coño a destiempo, pues no; unos curiosos ciudadanos que dicen
pertenecer a una asociación de abogados católicos —ahí es na— le denuncian ante
la justicia por ofensas a su fe, y un juez admite la denuncia y persigue al
cantamañanas, que se ha declarado en rebeldía, y le detienen, y está como unas
pascuas pues los medios hablan del asunto, y su nombre rueda, y se habla de
persecución a la libertad de expresión…
Qué incomprensible resulta
todo el asunto.
Tan incomprensible como la
cobertura que los medios suelen dar a las historias de ese otro personaje llamado
Gabriel Rufián. Sustantivo. Cobertura desproporcionada al héroe, a todas luces.
El señor Rufián es diputado de ERC, y gusta de buscar protagonismo con
actuaciones parlamentarias equiparables a las del actor del que antes hablaba. Rufián
es un diputado al que alguien -además de su madre- ha debido llamar guapo, pues está en una continua
y absurda pose. Habla engolado y despacio, muy despacio, no sé si por el
disfrute de oírse o porque su cerebro le impone ese ritmo. La última actuación
del charnego secesionista ha consistido en anular informativamente la comparecencia
de Álvarez Cascos en la comisión parlamentaria que estudia la financiación
irregular del PP. Don Gabriel prefirió ser él quien protagonizase el acto, como
suele ocurrir. Adjetivó a la vicepresidenta, llamándola palmera. Los españoles
hemos conocido poco de la comparecencia del sr. Cascos, y no sabemos si la
vicepresidenta hizo las palmas y los jaleos al cantaor, lo que es probable.
Venden más los calificativos de Rufián y ahí acuden los periodistas. Lo que sí
tenemos claro los españoles que lo tenemos claro es la indudable condición de
palmero del sr. Rufián. Es el monaguillo de Tardá, es el palmero charnego de
los secesionistas de ERC, es la figura con la que tratan de vendernos la
intragable píldora de la transversalidad social de su movimiento.
Los españoles tenemos la
obligación de velar por los charnegos. No sería Rufián quien pudiera
defenderlos; bastante tendría él, en tan hipotético momento, en defenderse de
sus ahora colegas. Sé, también, que siempre habrá catalanes dispuestos a defenderlos.
Y una vez más, el señor Enric
Juliana, capitán de los suaves vanguardistas, vuelve a levantar su amenazante
dedo a los españoles:
…no
esperen que los catalanes se pongan de rodillas en la plaza de Cataluña
pidiendo perdón a los españoles…
¿Quién traducirá a este
señor los deseos o esperanzas de los pobres y sufridos españoles? Creo que la mayoría,
con que no les insulte a diario el quintorra de turno, se dan por contentos.