ace unos días estaba un servidor frente a
la televisión como acostumbra, es decir, como el que oye llover; vaya, no, no
se ajusta a mi hábito el dicho tradicional: el ruido de la lluvia suele prender
mí ya frágil atención bastante más que la televisión. Decía que estaba frente
al televisor cuando, de pronto, una señora me conecta a sus palabras. Es una
mujer de mediana edad, maestra, no sé en qué contexto, pero le escucho decir
algo más o menos así:
…nosotros, los maestros, hoy en día, somos
incapaces de intuir el mundo que les espera a nuestros alumnos. No sabemos en
qué puntos incidir para dotarles adecuadamente de lo que necesitarán...
Tremendo.
¿Pone esta maestra palabras
a algo que a muchos aterroriza tanto que no se atreven ni a ponerlo en frases?
¿Ha ocurrido antes?
No sé mucha historia, pero
me atrevo a pensar que esto es algo inédito. Supongo que la humanidad siempre
ha tenido idea de hacia dónde caminar; siempre ha tenido idea de dónde estaba,
más o menos, lo deseable, el progreso y el bienestar. Con todas las diferencias
en métodos y beneficiarios que las ideologías han ido marcando.
¿Hemos perdido ese
horizonte?
Las agoreras predicciones de
los científicos sobre el futuro de nuestro mundo no parecen condicionar a los
dirigentes políticos de los países ricos o poderosos. Lo inmediato del caos
anunciado parece modificar poco la vida de los privilegiados.
¿O sí?
Europa se desencuaderna. Su
hegemonía parece acabarse. Los logros sociales y políticos surgidos del pavor
tras la Segunda Guerra Mundial están en entredicho, y resurgen fantasmas e ideologías
que se creían muertas y enterradas.
El país más poderoso de la
tierra está en manos de lo peor de su sociedad, que ha colocado al frente del Estado
a un títere ridículo que avergüenza a la humanidad.
Y el sistémico caos del
resto de América.
Y la incógnita de la China
que se enriquece.
Y las gentes del África
descabalada por los europeos pretendiendo huir de la miseria y la guerra.
Y la inmensa Rusia en manos
de un iluminado que pretende regresar a situaciones anteriores. Un país que
apenas produce para dar de comer a su gente.
Y…
Como siempre ha sido, me
dirán muchos. Sí, como siempre ha sido; la diferencia es que, ahora, al planeta
se le ha puesto fecha de caducidad. Eso es lo que, supongo, impide a la maestra
intuir el mundo que les espera a sus alumnos.
El desencuadernado de Europa
ha llegado a España, claro está. Lo que unido a nuestros males congénitos tiene
a la maestra desconcertada.
Como desconcertada la
tendrán esos jovencitos con músculos de gimnasio que proliferan en los medios
sociales de la actual burguesía española. Esos muchachos que no saben dónde
está Badajoz o quien fue Cervantes, con escasa capacidad de expresión oral y nula capacidad de expresión escrita, que no quisieron o no fueron capaces de estudiar,
pero que tienen un currículo repleto de acrónimos, siglas y abreviaturas en
inglés. Unos sucedáneos a la formación que sus papás les han podido ir
comprando por el mundo.
La maestra no tiene
acrónimos en inglés, y no entiende que haya que volver a discutir los derechos
de la mujer y la necesidad de leyes que la protejan de abusos y maltratos por
parte de los varones. No, la maestra no tiene siglas en inglés, pero sabe que
los homosexuales existen, tienen derecho a la vida, no son fruto del vicio, y
no fueron inducidos de niños por sus padres. La maestra no luce pulseras
rojigualdas, pero tiene clara la necesidad de recoger del mar a los africanos
que huyen del horror; y sabe que inmigrante suele ser sinónimo de pobre, de
necesitado, pero no de delincuente. La maestra es consciente de la necesidad de
que el Estado sea laico, y la religión un asunto privado.
La maestra es consciente de
la necesidad de su oficio si al mundo le queda algún futuro. Aunque no sea
capaz de intuir ese futuro.