Geometrías
dulcificadas por el tiempo.
Ortogonales que ya no lo son tanto. Maderas que se deslizan a su ensamble o escapan
de él, vencidas por los años. Fugas de añil delimitando espacios blancos de cal
o de yeso. Y el rojo. El rojo fundamental del hierro. El rojo de la almagra
omnipresente. Pasos quedos de monjas por los siglos, entre bisbiseos de
letanías, pasos que han ido eliminando el vítreo esmalte del horno, dejando al
aire el bizcocho, borracho de esperanzas de trascendencia.
Sea un leve guiño al viejo
oficio con el que disfruté, me dio de comer, y con el que algún servicio hice
al prójimo, supongo. Importante bendición esta. Supongo.
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