Hoy,
la ventana del mesón de Rojo
ofrece el siempre extraordinario espectáculo de la tormenta veraniega. Ese
redoble que termina en desgarro cósmico rejuvenece las arterias del viejo
maestro de Valdurceda, que aspira con ansia los olores que preceden al aguacero
y que le llevan al lejano mundo de su infancia.
Antes de los primeros
truenos, José charlaba con Claudio Rodríguez, tabernario sabio. Hablaban de
Sirio, el perro de Vicente Aleixandre, atado por su amo en el jardín con cadena
de aire:
No ladraste a
los niños ni a los pobres
sino a los malos poetas,
cuyo tufo
olías desde lejos, fino
rastreador.
Hablaban de lo útil que
hubiese sido ese animal, como asesor de nuestros actuales dirigentes, a la hora
de nombrar algún cargo para llevar la lengua española por el mundo.
Pero la tormenta parece
disiparse, alejarse al menos, y deja al paisaje sin la esperada redención del
agua.
Otro día será.
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