Las casas elevan sus tapias
en esviaje desde los alizares de lajas cuarcíticas hasta los aleros. Esta
progresiva disminución del ancho del muro les da ese sólido y característico
aspecto troncopiramidal. Hoy, los cantos rodados erizan esas tapias sin protección,
la arcilla aglutinadora se diluye, va dejándolos libres y caen a su origen.
En los potentes aleros, entre los canes, asoman las cabezas de las vigas de aire ancladas con esas clavijas acuchilladas que garantizan arriostramientos. Vemos canes labrados, otros son simples troncos. En casos, la labra y la escuadría hacen de la cabeza de viga un can más. No abundan, pero también hay algún alero de tejavana en construcciones más modernas.
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