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Puede
suponerse que alguna repercusión habrá tenido en sus gentes este predominio
paisajístico de lo etéreo sobre la cotidiana realidad del suelo. Y sí, creo que
sí, esta era gente que tan pronto se apartaba de la dureza del surco tendía a
la abstracción. Era su querencia, su natural inclinación. Este fue país de
labriegos, maestros, poetas y gentes de iglesia. Lo parco de la tierra impedía
su reparto entre todos los hijos. Unos marchaban a estudiar y otros se acogían
al manto de la Santa Madre, que la pobreza
repartida es miseria.
Es un mundo que desaparece poco a poco. Como todas o casi todas las culturas campesinas, qué duda cabe. Quedan de él esos viejos que calientan sus huesos al sol, queda la memoria, también efímera, y quedan los edificios que sirvieron durante siglos y que ahora son camuflados o van regresando al punto de partida, a la tierra con la que se levantaron. Pronto serán solo campo, el mismo campo del que fueron hechos.
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