Las ruinas son un grito. Son el agónico adiós de ese
mundo.
Los elementos constructivos
parecen empeñados en el inútil esfuerzo
de seguir cumpliendo su misión. Las vigas y dinteles flectan, con su vejez, al esfuerzo
sobrevenido.
Las tapias se van disolviendo lavadas por la lluvia, y la tierra regresa al
suelo liberada del constreñimiento que le impuso el pisón entre las puertas de
tapiar.
Las entramadas divisiones interiores se hacen resistentes, parecen querer participar en el desesperado intento de contener lo inevitable.
Las tejas llegan al suelo, aún sobre sus camas de ramas y barro, ante la indiferencia de los hijos de aquellos a los que cobijaron.
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