jueves, 21 de julio de 2022

Tiempo triste

 

 

 

 

Q

uizá sea demasía calificar de apocalíptico el tiempo de desmesuras acumuladas que nos está tocando vivir. Pero si ponemos oído a los científicos, escucharemos que ya estamos en un capítulo avanzado de ese fin de los tiempos anunciado. Sabemos desde hace mucho, nos lo reiteran los que de eso saben, que el mundo no resiste nuestra forma de vida. Sin embargo, es poco o nada lo hecho al respecto, apenas testimoniales las medidas tomadas para mitigar este cambio climático de causas tan conocidas y de efectos tan dramáticos como los que ya sufrimos.

Los profanos no vemos nada claro cuál es la energía alternativa de futuro en el mundo. En realidad, muchos no vemos claro cuál es el futuro del mundo. Los políticos solo ofrecen confusión. La vieja Europa está vieja; los EE. UU. en manos de un anciano incapaz de un liderazgo; la G.B. gobernada por un payaso… Y en tanto, la Rusia de Putin, como ariete de lo que quiera que sea ariete, ataca Ucrania y pone en un brete al mundo occidental, al sistema del mundo occidental. Lo que quiera que esté tras el ariete de Putin pretende la hegemonía en un mundo agónico.

Miedo dan las alternativas que, por el momento, la senil Europa da al gas siberiano: regreso a las centrales térmicas y a las nucleares. Tremendo paso atrás.

España, naturalmente, es distinta. Un elegante señor, pomposo director de la empresa pública dedicada a conducir el gas por tuberías, nos habla del hidrógeno que, en un pispás, conducirán estas mismas tuberías, solucionando todos nuestros problemas energéticos. Nada nos dice de cómo se producirá ese hidrógeno.

A los viejos sobrevivientes nos han hecho más viejos las pandemias, los confinamientos, el miedo, las erupciones volcánicas, la guerra, el fuego, las inundaciones, las sequias, los huracanes… Hemos visto nuestro pequeño mundo cotidiano, nuestra forma de vivir, desaparecer en poco tiempo. Unos se niegan a salir de casa, otros nos deprimen hablándonos de su depresión… Nos entristece recordar a los que se fueron y a los que eligieron irse…

Oigo la campana de la iglesia cercana a mi casa convocando a sus fieles. Los católicos ya han sido advertidos desde los púlpitos para que no confundan los signos de nuestro tiempo con los anunciados en el Apocalipsis bíblico. Pueden estar tranquilos. De momento no llegan los caballos de san Juan. Todo sigue en orden. Las aceras ya están tomadas por los bemeuves y los mercedes de los fieles que acuden al templo. Todo sigue en orden.

Hace un calor insólito.

Los campos de España están en llamas.

Las gentes del África destruida por Europa siguen muriendo al tratar de escapar, ahogados en el mar o aplastados en las vallas que los cercan.

Se escucha el desapacible cacareo del gallo de la derecha.

La izquierda no se sabe dónde está.

No serán tiempos apocalípticos, quizá, pero tristes sí.

Son tiempos tristes.

He tenido unos días a los nietos en casa. Son la alegría. Es difícil no pensar en el mundo que les dejamos.

 

 


 

 

 

miércoles, 15 de junio de 2022

Se empinan las cuestas

 
















e nos empinan las cuestas. Y cuesta, sí, cuesta agacharse hasta el suelo, ese suelo al que, sin embargo, nos vamos acercando. Asusta, por la aparente soberbia, que, en la cuesta, el prójimo nos parezca más necio cada día, o nos cueste más soportar las tonterías evidentes. Seguramente no es así, la gente no es más tonta, pero nos lo parece por los muchos que procuran evidenciarlo. Esperemos que no sea así, la estupidez no puede haber estallado de improviso.  Algunos amigos se nos van quedando a trasmano, también están en sus cuestas, los pobres; otros simplemente se han muerto; otros han decidido morirse. El periódico se nos pone insoportable, es mejor ir derecho al crucigrama, deprime menos y entretiene más. Hoy día son muchos los que intentan analizar en las publicaciones el mundo nuevo que se nos agolpa, que nos golpea, que se nos echa encima con las nuevas tecnologías y su uso torticero, sin legislaciones pertinentes, sin saber cómo y de qué defendernos. Esos analizadores sociales suelen utilizar un lenguaje bastante ininteligible, seguramente porque no terminan de entender la magnitud del problema, solo lo atisban y nos lo anuncian como pueden, tan asustados como el lector. No es poco. El Gran Hermano tiene ya setenta y tantos años, y se nos está haciendo realidad de una forma bastante más cutre que la definida por su ideador. Los científicos también nos acucian con la inmediatez de las consecuencias que para el planeta tiene nuestra forma de vida. Miro al prójimo de mi entorno, miro a la juventud, escucho a esos políticos de los preocupantes y rancios sistemas recientemente redivivos, no parece inquietar a muchos de ellos la realidad observable ni los temibles anuncios de los estudiosos. Son problemas para minorías, como siempre ha sido. Estamos en un mundo que camina renqueante en la frontera de algo amenazador y desconocido que preocupa a pocos.

Lo mismo es que estamos viejos.

Seguramente es que estamos viejos.

Quizás sea que buscamos demasiado refugio en letras e imágenes de otro tiempo. Quizás.

Y mientras anoto senilidades que me parecen comunes a los seniles, me doy cuenta de lo enervante que me resulta el sistemático fallo del sistema hidráulico de elevación. No, no, no. Me refiero al sistema hidráulico de elevación de mi silla de trabajo. Ya no sé cuantas llevo y todas terminan en esta repentina caída por desinfle que me saca de quicio. Y no hay obsolescencia programada que valga, ocurre desde el estreno, o casi. Y no hay arreglo posible. Ya no se arregla nada. Todo se tira.

Aún consciente de mi mayor o menor senilidad y situación de privilegio, el caso es que me cuesta vivir en un entorno con más perros que niños. Me entristece. Me cuesta soportar a los cada día más numerosos gatos asilvestrados, alimentados y protegidos por unas señoras (¿por qué suelen ser señoras?) que van colocando por las calles, parques y jardines, recipientes con comida gatuna. No me acostumbro a que esos gatos desentierren mis plantas para ocultar sus diarios regalos de heces. No me acostumbro a que esos gatos se coman los pollos de los pájaros que anidan en mi jardín. Es lamentable que esos gatos nos hayan dejado sin las ardillas que correteaban nuestros pinos. Supongo que, además, los problemas sanitarios tendrán su importancia, y no menor.

Quizás sea que uno está viejo.

Seguro que uno está viejo.

Y con peor carácter.

Y más intransigente.

Y en la formación de viejo, que cursamos por libre, es necesario aprender, entre tantas cosas, a soportar la cara que suele poner el jovencito al que tratamos de contestar a algo que nos ha preguntado. Esa cara de condescendiente paciencia e incredulidad ante las explicaciones que intentamos dar según nuestro saber y entender. Siempre habrá sido así, seguro, pero hay que aprender la asignatura. Sobre todo, tenemos que aprender a no caer en explicaciones generacionales para los problemas.

Que algunos la tendrán.






                   


sábado, 21 de mayo de 2022

Mujer, vida y esperanza

 
















n los basamentos mitológicos de la cultura de Occidente Aquiles mato a Pentesilea, la hermosa reina de las guerreras amazonas que habían acudido a defender Troya. Quizás pueda ser esto un símbolo iniciático del ancestral predominio masculino en nuestras sociedades. Predominio que siglos después consolidaría, con mano de hierro, la religión monoteísta que nos llegó de Palestina y se extendió como agua en llano.

Es curioso que, en esas bases míticas, el modelo de matriarcado fuese un pueblo de guerreras. Doy por evidente que la única superioridad del varón sobre la mujer reside en la fuerza muscular, razón de su predominio tradicional. Por ello se me antoja curioso un matriarcado basado en esa inferioridad de la mujer: la fuerza del brazo.

Tiendo a pensar que, en esa hipótesis bélica, Pentesilea y sus amazonas, antes del enfrentamiento, hubiesen llegado al descubrimiento de la debilidad del talón que no mojó el agua del río Estigia. Sí, mi observación de los humanos me inclina al pesimismo sobre las posibilidades de la fuerza de Aquiles frente al cerebro, la constancia, la abnegación y la capacidad de sufrimiento de la mujer.

Y, sin embargo, en este siglo XXI, seguimos como estamos. La mujer, la mitad de la humanidad, sigue siendo una arrolladora potencia en segundo plano, oculta tras la absurda hegemonía masculina. Se sigue luchando por derechos de la mujer que avergüenza pensar que no existiesen. Vivimos en una sociedad donde se continúa discutiendo si hay que ilegalizar o no la industria de la prostitución.

Recuerdo la euforia que me produjo, hace pocos años, el primer gobierno de nuestro país con mayoría de mujeres. Sigo manteniendo esa esperanzada euforia.

Siempre habrá clientas para el Villarejo de turno. Siempre habrá aterrorizantes señoras Olona o Monasterio. Puede que hasta siga habiendo presidentas que nos hablen de una España de dos mil años de antigüedad. Es la condición humana. Pero estas mujeres retrasan el avance de lo femenino en la sociedad. Esperemos que nunca puedan llegar a detenerlo.

Sigamos luchando por tener la necesaria presencia femenina en todos los puestos de responsabilidad. Mientras paren y amamantan, que pueden hacerlo. Mientras dan a sus hijos esas primeras normas de comportamiento que son la base de la gente de bien. Mujeres que creen una esperanza de futuro en este mundo desesperanzado. Mujeres que pongan inteligencia ante la prepotencia del varón ignorante.    

  

 

 

 

  


domingo, 3 de abril de 2022

La fiesta del toro... hoy.

 




 

 


 


 




upongo que se me ha debido fundir, al menos deteriorar, el chip que me unía a la fiesta del toro. Pudiera ser un cortocircuito más de los muchos que uno va teniendo con la edad. Pudiera. Pero me gustaría saber si hay algo más. Nunca he sido un gran aficionado ni entendido, pero he disfrutado de la fiesta y he apreciado toda la potencia estética y la emoción que puede tener el toreo. El caso es que ahora veo los toros con indiferencia, sin entusiasmo, no digamos ya emoción. Me aburren. A veces pienso que hasta puedo entender la imagen de una corrida que me dibujó uno de mis nietos, de siete años, tras ver alguna imagen de toros por televisión en el país americano donde vive: mucha bandera española, muchos señores con bandas y entorchados, mucho oropel, mucha sangre y un animalejo en el suelo, acribillado de pinchos. El dibujo del niño era como una muda interrogación: ¿y esto? ¿por qué esto?

Quiero creer que no todo mi desinterés se deba a la edad. Quiero suponer que algo tendrán que ver los toreros de hoy en día y, sobre todo, el comportamiento de los animales que actualmente crían los ganaderos.

Una tarde, en Las Ventas, tiempo ha, tenía sentado a mi lado un turista argentino, todo curiosidad, que me atosigaba a preguntas. Tras un primer toro tan anodino como el torero, tres pinchazos y no sé cuántos descabellos, el argentino me dice: ¿y seis así? buenas tardes. Y se marchó. El problema no es de hoy.

Hace bastantes años un veterinario conocido, buen aficionado a la fiesta, me hablaba de la necesidad de recuperar los encastes del toro, ya perdidos, y proponía una selección genética desarrollando los óvulos fecundados en los úteros de vacas mansas para facilitar un adecuado control.

Yo me quedo en la suposición que apunto y dejo el análisis a los entendidos. Tan solo reseñar, como personal imagen de lo que los toreros fueron, un recuerdo de la infancia. Un año, en el colegio, por las fiestas de la patrona, a los frailes se les ocurrió organizar una becerrada. Supongo que la cosa fue inspirada y auspiciada por un vecino, nada más y nada menos que Domingo Ortega, que vivía cerca, en la casa que le hizo Secundino Zuazo, si no recuerdo mal, frente a la que años antes había construido para Sebastián Miranda. El caso es que la fiesta terminó como el rosario de la aurora. En un determinado momento un chaval, impotente ante la vaquilla, terminó poniéndole una banderilla por detrás, desde el rabo. Don Domingo no aguanto más, salió al improvisado ruedo, se acerco a la becerra, la cogió por el morro, apoyó el codo en la testuz, le giro la cabeza y la degolló como si fuese un pollo. Y se marchó. Aún le veo irse serio e indignado. Era don Domingo Ortega, tendría por entonces cincuenta y tantos años.        

La cuestión es que, si realmente la fiesta ha perdido su fuerza, empieza a tener sentido el anacronismo de que hablan los antitaurinos. Incluso sería de considerar ese martirio gratuito de un animal que denuncian los animalistas.

¿Es la fiesta de los toros algo anacrónico en nuestro tiempo?

¿Es compatible con la mentalidad de las gentes del momento?

¿Tiene futuro el toreo?

¿Es ya tan solo un folclorismo para turistas?

¿Puede el ganado que ofrecen hoy los criadores ─con carácter general─ hacer sentir al aficionado las emociones de antaño?

No tengo respuestas, pero me gustaría oír a los que saben, me gustaría.

 

 

 

 

  

martes, 22 de marzo de 2022

Una primavera más

 



     Parece que nos es dada una primavera más. Habrá que tratar de disfrutarla todo lo que se pueda, si nos dejan las circunstancias. Los viejos que somos de generaciones de las posguerras española y europea ya pensábamos que nos íbamos a ir de rositas, sin haber conocido guerra en directo, pero nos lo quieren complicar.

     Si no son los alemanes son los rusos, los humanos somos como semos. Nunca falta un roto para un descosido. En ese sufrido país que tantos millones de muertos puso para eliminar a la bestia alemana, surge ahora esté sátrapa, fascistoide y megalómano, masacrando ucranianos. Y lo hace como siempre se ha hecho, en nombre de no sé qué nacionalismo y con el apoyo de la Iglesia ortodoxa. En el nombre de Dios y de la Patria, como siempre ha sido. De joven nunca lo hubiese dicho, pero ahora, de viejo, lamento decir: como siempre será.

     Somos viejos más jóvenes que la física cuántica o la teoría de la relatividad, pero los no especialistas moriremos en la ignorancia de la realidad que esas teorías definen. Nos moriremos apoyados en Newton, como hemos vivido, y en tanto llega el día, en el bastón. Son ignorancias que se llevan bien, no estorban al levantar el chato en la tertulia del bar del pueblo, en la taberna del barrio, en la peña. Se lleva peor ver declinar eso en lo que uno ha creído siempre. Ver resurgir de la alcantarilla lo que suponíamos sumido allí para siempre. Ingenuos. De nuevo la soflama en el parlamento, en los medios de comunicación y en la tertulia tabernaria de los viejos. Se lleva peor. Se nos había olvidado ese olor rancio del paisaje gris en el que tantos años hemos vivido.

     Habrá que disfrutar de este nuevo estallido vital que nos ha sido dado. Los durillos ya están blancos y los lilos, aunque no ha hecho el frio que les gusta, apuntan su floración. El jardín se despierta en rutilantes verdes.








      

sábado, 26 de febrero de 2022

Inusitado

 





No me ha parecido obra casual de simple abandono a la espera del chatarrero. Tampoco creo que sea obra espontánea de intención artística. Menos pienso en un nuevo servicio del alcalde mínimo para dotar al paisaje urbano de detalles inusitados. A uno, la vida le ha ido limando la fantasía, le ha hecho prosaico, y se inclina a pensar que el colega del trombón, el que sopla, ha acudido a aliviar urgencias en el bar de la esquina.

No sé si los modernos calificarían a la mesa como vintage, pero el insólito conjunto, en el alcorque de la calle madrileña, alegra la vista del paseante.





    


viernes, 25 de febrero de 2022

Parece que al fín llueve

 










Parece que al fin llueve algo, no mucho, pero se agradece por la falta que hace. Da gusto caminar bajo las escasas gotas que prometen vida. Humildes y escondidos han florecido algunos narcisos; su amarillo los delata.

El mundo sigue.

Al esperpento de esos personajillos de tercera fila de la derechona ─movidos desde las oscuras sombras─ haciéndose trizas por el poder,  le ha sucedido la invasión de Ucrania por la triste Rusia de Putin. La humanidad sigue siendo lo que siempre ha sido, aunque el tiempo ponga matices curiosos: oigo a un representante del más rancio abolengo del hispano fascio redentor, habitante de este pueblo, defender las razones y el derecho de Putin, el KGB Putin, para atacar al país hermano. Qué cosas…

La covid sigue matando gente, mucha gente.

Entre la maleza han floreciendo los narcisos.

Y llueve, al fin llueve algo.





 


domingo, 23 de enero de 2022

Blog

 




Mi amigo don Prudencio parece un hombre escapado de otra época. Yo le pongo el don como él se lo pone a todo el mundo. Algo inusitado en este tiempo donde el tuteo se ha generalizado, y al usted suele dársele el uso torticero de marcar distancias con el inferior. Don Prudencio es hombre prudente, prudente y educado, pero no es hombre de otra época. Vive entre montañas de papeles y libros viejos, sí, pero maneja como un joven ─no como cualquier joven─ el ordenador que asoma en su mesa entre cataratas de papeles. También se ven hojas con anotaciones, muchas, muchas hojas, escritas con una caligrafía de letra española que yo solo he conocido en la generación anterior. Hay que haber hecho muchas planas, con plumilla y palillero, para escribir así. Pocos coetáneos escriben así.

Hago el habitual paseo con don Prudencio en este gris de enero, bajo la desnudez de las ramas que esperan la primavera, en la esperanza del sol de mediodía que penetre algo el gris y nos caldee el alma y la vejez.

─Mire usted, don P…, creo que ya se lo he dicho alguna otra vez, perdóneme, pero no entiendo por qué escribe usted en un blog informático que no está en los medios de comunicación. Sin este requisito su blog no existe.

─Lo sé, don Prudencio, lo sé. Es solo una disciplina que me impuse al jubilarme, una actividad más que, al llenar horas, me ayudase a mantener la mente activa. No me gustan esos medios, y creo que soy sincero al decir que, con que me lean los amigos, me es suficiente.

─Don P…, todos los que escribimos, escribimos para que nos lean.

─Qué duda cabe, don Prudencio. Al escribir contamos nuestro yo, pero supongo que hay niveles en esa vanidad. Este es asunto demasiado tratado, no nos conduce a nada nuevo.

─Pero sus cuartillas pueden llegar por otros medios para alegrarnos el alma a los amigos. Frescas, por el correo electrónico, sin utilizar medios que leen las máquinas, dios sabe para qué.

─Hoy todo lo leen las máquinas, don Prudencio, si a ese almacenar y clasificar se le puede llamar leer. Pero es seguro que tiene usted razón, he de considerar su opinión.

─También debe usted considerar la posibilidad de unir sus cuartillas en el viejo formato de libro, que tanto nos gusta a algunos. Pero no deje de escribir, es una buena gimnasia.

Y, al ritmo de sus bastones, los viejos continúan su andar bajo las horizontales ramas desnudas y esperantes.

 

        


 

 


martes, 11 de enero de 2022

Los que siempre han sido







Hace unos días ojeaba libros en la única librería de que disponemos en este guadarrameño pueblo donde servidor habita. Como no bajo a los madriles, por mor de la condenada pandemia, me agarro a lo que puedo, que muchas veces es un clavo ardiendo. Veo un libro de horrenda portada, escrito por aquel señor gallego con aspecto de encargado de pompas fúnebres y amenazante gancho por nariz que fue D. Wenceslao Fernández Flórez. Se publicó en Lisboa en 1938 bajo el título de O terror vermelho, y estaba hasta el momento inédito en español.

El tremendo dibujo de la cubierta y la traducción del título al castellano, lo hacen realmente amenazante: El terror rojo. Qué duda cabe de que el rojo es más terror que el vermelho. No obstante, vencen una vez más la curiosidad y la imprudencia, y me llevo el libro.

Don Wenceslao describe su particular visión de aquellos aciagos días, en el Madrid republicano, tras la sublevación de los militares en 1936, hasta que logra escapar a Portugal y encontrar refugio bajo el ala de Oliveira Salazar, …un hombre que tiene el don de conducir pueblos.

No tarda el gallego en dejarnos clara su postura ante los sistemas políticos que tratan de implantarse en España:

…nunca creí en la democracia, que no es más que un sistema que desconoce absolutamente todas las verdades y entrega su desenvolvimiento al sufragio de las mayorías…

Tampoco tarda en hacernos saber su reflexionada opinión sobre los gobernantes de la República:

 Alrededor de ese enfermo de megalomanía que es Manuel Azaña se agrupaban fracasados que juzgaban llegado el momento propicio para saciar sus ansias de pillaje…

… Azaña, gordo, fofo, amarillo de pus…

Algo que parecía de fundamental importancia para Don Wenceslao, era definir, retratar y dejar claro el origen social de las hordas asesinas que aterrorizaban la ciudad:

Y, de repente, ese populacho típico de todas las revoluciones se extendió en Madrid: infrahombres sucios, de semblante asesino; mujeres-hiena, vociferantes y desgreñadas, que llevaban en los ojos la alegría de poder matar; jóvenes desaseados, orgullosos del revólver que habían conseguido robar, para quienes el mayor placer eran las llamas de los incendios; toda la gentuza que sufre de fealdad física o de fealdad espiritual; la que lleva las serpientes de la envidia en la debilidad de la impotencia; la que representa un salto atrás, el salto del aborigen bestial que da proporcionalmente cada generación, la que no debería haber nacido si la eugenesia fuese una cosa más que una aspiración humana…

Nada menos.

Hasta el decimonónico himno de Riego merece las apostillas del gallego:

…Ese abominable himno de Riego, compendio de grosería, ensucia el alma con su insoportable aire de polca…

Y la condición de judío, cómo no, tenía que aflorar.

…Las más feroces invitaciones al crimen partían de una mujer:  la judío alemana Margarita Nelken…

He llegado, esforzado, a la página cincuenta y cinco de las ciento ochenta y cuatro de esta edición, cuidada en lo formal. Me doy por vencido; no me siento con fuerzas para más; mando el librito a tomar viento y busco algo que me acerque más a la vida que los odios del gallego de la nariz de gancho. No está ya uno para estos trotes.

Don Wenceslao vivió un cuarto de siglo en el régimen de su admirado general. Tuvo tiempo de observarlo. No tengo noticia de que su odio al azul de los monos de los milicianos que mataban se extendiese al azul o al caqui de los que mataron durante mucho, mucho más tiempo y eficacia.

Se ha logrado bastante de lo defendido entonces por las pobres, marginales, atrabiliarias figuras y clases sociales retratadas por el gallego, pero preocupa ver, en nuestros días, la repetición del discurso del fúnebre personaje en españoles y europeos del momento.

No recomiendo a nadie la lectura de este disgusto biográfico. Atiendan a él, por oficio, los historiadores, si lo creen de interés, y respiremos los demás lo logrado al margen de los Wenceslaos que siempre han sido… y serán.







 

jueves, 6 de enero de 2022

Intonsos

 





   

Me han traído los reyes unos libros intonsos, y lo estoy pasando de perlas abriendo sus páginas con el cortaplumas. No recuerdo cuanto tiempo hacía que no cortaba las páginas de un libro. Oigo al papel, al rasgarse, susurrarme historias de tiempos que fueron.

Son libros de la Biblioteca Nueva, de los años cincuenta del siglo pasado. Esa editorial centenaria a la que, hace unos años, se comió el bicho que se come todo lo apreciable.