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Cuevas en Pobladura del Valle |
En
algún lugar tengo el apellido Prieto, pues mi tatarabuela Luisa – nacida en
Saludes de Castroponce en 1840 – así se llamaba. Sé también de otra abuela,
Josefa Prieto, que debió nacer a principios del siglo XVIII, supongo que en
Barcial del Barco, al menos allí tuvo un hijo, Andrés, del que procedo. Hay
quien piensa que también tengo un carácter algo picudo, y esta no es cosa que
suela mejorar con los años.
Pero
no es de mis ancestros ni de mi carácter de lo que quería hablar hoy, sino de una
uva, la Prieto Picudo, y de los claretes que produce y que tradicionalmente han
puesto alivio en la vida dura de las gentes de esta tierra. Prieta es esta uva
por su color, y lo de picudo supongo que hace referencia a su forma, más tendente
al óvalo y al poliedro que a la esfera. El aprecio por este vino hizo que su
uva – injertada en pies americanos - sobreviviese a la filoxera que llegó a la zona
hacia 1890. He oído hablar de pies autóctonos que se hicieron resistentes a la
plaga, pero esto no es algo que me conste.
No
voy a entrar a dirimir las confusas distinciones entre claretes y rosados, allá
los entendidos. Para mí, y para muchos que estamos a este lado del mostrador,
seguirán siendo claretes los que siempre lo han sido, con independencia de lo
que regulaciones poco claras – al menos para los profanos - obliguen a poner en
la botella. Cada paisano ha dado siempre a su vino el grado de color que le
gustaba, regulando el tiempo de contacto de los hollejos con el mosto. Será el
posterior madreo - la adicción de uva sin exprimir durante la
fermentación - lo que termine de definir a este vino con la
presencia sutil del anhídrido carbónico, fruto de segundas fermentaciones
parciales en el fruto entero.
En el
sabor de esta tierra hay, a mi criterio, dos pilares: el recio pimentón traído
de La Vera y el picorcillo suave, alegre y chispeante del clarete de Prieto
Picudo. En unas sopas de ajo y un vaso de vino recién traído de la cueva, están
el sabor y el color del país de mis abuelos. El pimentón se ha ido dulcificando
con el tiempo; los estómagos de nuestros días, no “enseñados,” no resistirían
el picor de los chorizos de mi infancia. El vino ha mejorado muchísimo; y no
solo en los procesos industriales, también el paisanaje ha ido introduciendo
cambios en el método ancestral, y se ha producido una sorprendente mejora de los
vinos artesanales. Es de resaltar la preocupante venta libre
de compuestos químicos para la elaboración y conservación del
vino; pero en este capítulo tendríamos que incluir también los herbicidas,
insecticidas, fungicidas, abonos y demás productos que han multiplicado la
producción de las cosechas, sí, pero que también nos envenenan, y son
vendidos sin control a personas incapaces de interpretar las dosis de
aplicación. Esto se traduce, por ejemplo, en la contaminación de los acuíferos
destinados al consumo humano, en lo que mucho se nos oculta. Cuántas veces he
visto con horror a una anciana, que cuida su casa con primor, regando el patio
con un herbicida que le han recomendado, “bien cargado,” para que no salgan las
hierbas primaverales, que solo podrían eliminarse con jornales de azadón que su
pensión no puede pagar, ni hay quien lo quiera hacer.
Los
mostos producidos en los lagares por pisado y posterior prensado con la viga de
negrillo, fermentados en lo profundo de las cuevas en barricas de madera apenas
higienizadas con la quema del azufre, daban lugar a vinos inestables, ricos y
vivaces para consumir en la bodega o inmediatamente en las casas, pero que era
imposible transportar y por tanto comercializar.
Hoy
en día el Prieto Picudo ha perdido presencia en la comarca que ahora llaman
Benavente y los Valles. Me entristecí el primer día en que al pedir un vino en
una taberna de Benavente me preguntaron,
con la misma cantinela tonta que se ha hecho común en Madrid: ¿Rioja o Ribera?
Me salieron los picos del carácter y contesté que no, que no quería ninguno de
los dos. Valdevimbre y Los Oteros se han hecho con la propiedad del Prieto
Picudo. Lo han hecho bien y los demás se han callado, por lo que no tengo yo nada que
decir. Y allí voy a comprar el que considero más parecido al tradicional, el
Tres Palomares, de la bodega Nicolás Rey e Hijos, en el mismo Valdevimbre.
Desde
hace unos años los bodegueros están empeñados en la tarea de promocionar el
tinto de Prieto Picudo. Quizás sea porque en los grandes mercados sea más fácil
la venta de tintos que de claretes. Los resultados cada día son mejores, pero
no puedo por menos de pensar que este es un camino hacia algo que ya tenemos:
el Tempranillo, Tinto Fino o Tinta Madrid, como también se le llama por estas
tierras, ignoro por qué razón. A lo largo del tiempo el hombre ha dado con lo
mejor que se podía hacer con el Prieto Picudo: los estupendos claretes de madreo.
Espero
que por muchos años, en octubre, sigamos en estos pueblos escuchando la inquieta
pregunta de los paisanos: ¿te hierve ya el vino? Y que el olor de los hollejos,
al sacarlos de las cuevas, siga impregnando el aire en el entorno de las
bodegas.
¡Salud!