M
ira,
amigo, yo no quiero ser ni haber sido, ya no necesito pasados ni presentes, me
basta formar parte de este paisaje nuevo en el que aún no siento la trivialidad
de lo cotidiano, tu charla sin historia ni necesidad de futuro, el sol que nos alivia
los huesos, el vino que nos acorta la noche y nos encoge la memoria, ser sombra
apenas perceptible mirando un mundo, si no nuevo, distinto, con la curiosidad
cortita y más cortos los anhelos, no necesito ya demostrar ser quien no soy, no
necesito ya ni ser yo, si es que aún pudiese serlo, ni deseo finales ni me
apasionan futuros, solo pediría un pasar sosegado, ahí es nada, estar aquí
esperando la diaria postal del sol metiéndose en el mar, y dejarnos luego caer
hacia la taberna, y alargar la tarde retrasando la noche de los fantasmas a la
espera de esa primera luz en la rendija del frailero, a la espera del sol para
bajar de nuevo a oír el mar y no escuchar al cuerpo sus dolores ni al cerebro
sus murmullos viejos, oír el mar y oírte a ti que mañana se nubla o que pasado
llueve, que el barco que atraca hace bien la maniobra o la hace mal, en este
lugar tan bueno como cualquier otro para recalar en la última huida, y dejarse
ir esperando la piedad de cierta desmemoria sin la prisión ni la vejación de la
demencia, sintiendo olores y sabores de ese mundo que actúa ante nosotros, sus
espectadores sin pasiones, tan sin pasiones que aceptamos el dejar de ser y
punto, tan sin orgullos que no necesitamos trascendencias, con la sorpresa de
volver a verse vivo cada día, con el agradecimiento al sol en este nuestro
banco cotidiano…
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