lunes, 3 de octubre de 2016

El cabo Morales













El cabo Morales se movía con aplomo de conocedor por las anchuras despejadas del Campamento, siempre con un coro de reclutas en redor acogidos a la seguridad que emanaba el gitano. Pollos apretándose a gallina en medio hostil.

El cabo Morales no tenía esa tendencia a la verticalidad y al estiramiento tan común en los varones de su raza; propendía más bien a la redondez; pero sus ojos, sus labios y su piel reclamaban la inclusión entre aquellos nómadas llegados aquí desde la India, tras dios sabe cuántas paradas, hace quinientos o seiscientos años. Hablaba un castellano con mil adobos fónicos, entreverado de poco catalán y algo de caló. Apenas sabía leer, y firmar era un esfuerzo lento con la lengua entre los dientes.

No sé cómo llegó a alcanzar la condición de cabo primero. Vaya usted a saber. Lo mismo se debió al sentido común de alguien. Cosas más raras se han visto. Lo cierto es que el cabo Morales era un inhabitual remanso de seguridad para los reclutas que tenían la suerte de llegar a su Compañía, en aquel CIR catalán de las estribaciones pirenaicas, en los primeros años setenta del siglo pasado.

Lo procuré, pero no conseguí que Morales me hablase mucho de sí mismo. La marginalidad ancestral de su pueblo, el miedo al sistema y la poca seguridad que uno podía inspirar, no hacían fácil la comunicación. Al fin y al cabo uno era un superior, más o menos de verdad, de las Milicias Universitarias esas, pero más valía ser prudente. Supe que había formado una familia, cobijándola en una chabola que levantó en alguno de los poblados gitanos del entorno barcelonés. Y que vivía de alguna, no recuerdo cuál, de las actividades habituales entre los calés de la época.

Ya eran tres o cuatro los churumbeles que alborotaban la chabola cuando aquel cura joven llegó al poblado y se instaló entre ellos, y su honradez fue ganando voluntades entre gentes tan hechas a desconfiar del payo y de lo payo, y adquirió predicamento. El caso es que la María, la mujer de Morales, se hizo asidua a las liturgias y actividades del curilla en el chamizo que instaló a modo de parroquia entre basura y escombros; y andando el tiempo María fue convenciendo al marido de la necesidad de poner “orden” en sus vidas, según los criterios del sacerdote. No tardó mucho el futuro cabo en verse, traje a rayas, zapatos puntiagudos, mujer de negro al brazo, ante el cura que oficiaba su boda. Después fueron bulerías y vino. Y después un interminable papeleo, dirigido y acicateado por el curilla, hasta lograr la existencia administrativa de la familia.

Y llegó aquella carta, y Morales la llevó a que se la leyese el párroco.

- ¡Cagoendios! Por jugar a payos…

Y tras la indignación la marcha a la mili. Y la mujer y los hijos dejados al cuidado de padres, de hermanos, de la unión familiar de los gitanos.

Después conocí yo al cabo Morales, el que cobijaba asustados pollitos mientras pensaba en sus hijos y esperaba el regreso, en aquel CIR de los barracones verdes, en las laderas del Pirineo.





              

lunes, 25 de julio de 2016

Entre tinajas



















Tinajas de Colmenar, en sus vientres ecos de charlas repetidas, aromas de vino de otro tiempo, azulejos, maderas con pintura sobre pintura, penumbra, serrín, corro diario de viejos y sus chatos, yo creo que los años me van dejando en el mero sentimiento inicial del que nacieron mis ideas políticas, quizás la vejez sea eso, amigos, regreso, solo regreso, de joven tuve la necesidad, como tantos, de poner en palabras, en discurso político, el sentimiento, la opción por los débiles, por los pobres, y fue en los libros, y poniendo el oído a otros, donde encontré fabricadas las frases requeridas por la que creía necesaria militancia, necesaria beligerancia, necesaria denuncia, yo, que apenas hice párvulos, me comía los libros en busca de respuestas, en busca de orden y palabras para lo que en mí era solo sentimiento, impresión de la realidad, pero a estas alturas me apaño con el convencimiento de lo correcto de la elección, de lo inevitable de la elección, sé que sigue siendo justa y necesaria, aunque aparentemente las cosas sean distintas y las gentes sean distintas y nosotros seamos distintos debemos de pensar que los cambios se deben en gran parte a nuestra lucha, ah, Miguel, yo recuerdo el entusiasmo que sabías poner en aquellas reuniones del miedo, en el inicio, cuando en ello nos iba la vida, sí, Julio, amigo, sí, entonces todo era entusiasmo, ahora es otro mundo, pero los humanos siguen siendo lo que siempre han sido, y si se baja la guardia, si se deja de avanzar un solo día, perderemos lo conseguido, los jóvenes tendrán que poner nuevas palabras y formas al discurso, pero siguiendo en la lucha, solo los viejos podemos permitirnos regresar, refugiarnos en el mero sentimiento, qué mérito tengo, qué mérito, años y años oyendo a estos rojeras, palabrería, que solo sois palabrería vana, solo vosotros habéis dado a los obreros, Paco, nosotros no damos ni pedimos, tomamos lo nuestro, vamos que la derecha no ha hecho nada por el de abajo, tendríamos que volver a nuestra vieja discusión sobre qué es la derecha, yo soy de derechas, Julio, y no tengo poder ninguno, tú eres de esa derecha estética que se compra aguiluchos en la calle Mayor, pero eres sociológicamente de izquierdas y aquí estás, con nosotros, tomando chatos con quien y en donde te corresponde, y que esto sea posible también es un logro de la izquierda, más preocupantes son esos que llenan las urnas de la derecha, esos que creen en liberalismos productores de injusticia, los que loan el mérito de emprender lo que solo suele ser especulación y destrucción del planeta, bueno, bueno, yo creo que ya hemos tenido nuestra diaria ración de lo mismo que todos los días,  digo yo que como tenemos fresca la paga de julio, la del 18, que gustará a Paco, lo mismo podemos atizarnos unas gambitas, a ver si este tabernero, que todos los meses se queda con parte de nuestras pensiones, nos hace un buen precio, ya ves, los rojos comiendo gambas… 






          



domingo, 17 de julio de 2016

Entramado














…entramados firmes pero no rígidos, con elasticidad suficiente para adaptarse a las solicitudes del medio. Y entre estos elementos de sustento, materiales de relleno que ya han servido a otras generaciones, materiales donde es posible leer otros tiempos, otros gustos, otras sensibilidades, mientras continúan satisfaciendo necesidades invariables…

Pero me parece que me he liado, no, no quería hablar de cómo formar a humanos ni nada por el estilo yo solo pretendía hablar de esas medianerías decimonónicas, entramadas y rellenas de cascote, que quedan al aire cuando se derriba una casa… otra...





jueves, 14 de julio de 2016

Entre Cascorro y Antón Martín




Orden en el caos



















Señales de tiempos






  
E
ntre Cascorro y Antón Martín, Madrid se deja caer hacia las Rondas por diez o doce calles que siguen, más o menos, las originales vaguadas, los escurrideros erosionados de esos arenales primigenios que los entendidos llaman terrazas cuaternarias del Manzanares. Las calles transversales suben y bajan los pequeños valles en humilde adaptación al terreno. Son los barrios bajos, barrios de menestrales, barrios que absorbieron las primeras migraciones con que se inició la gran ciudad. 
Hoy, sus edificios de viviendas son mayoritariamente del siglo XIX, los de tiempos anteriores han ido cayendo ante la especulación y la inoperancia municipal. Los tonos pastel de los revocos se han remozado con ese afán del Ayuntamiento en lavar la cara a Madrid durante los pasados años de bonanza económica. Por las aceras y las plazas  los colores intensos de los africanos del top manta, gitanos mercando mercancía de mercadillo, lentitud en árabes de tasbih y chilaba, caribeños imponiendo su música y su ruido, corros de desocupados, joven marginación ocuka, burguesitos de más al norte en busca de pasado y taberna, … y chinos, chinos a la luz verde, mortecina y sospechosa de sus tenducos siempre abiertos al calor o al frio, en su  provisionalidad, tras su mobiliario de cajas de cartón, tras sus maniquís cadavéricos, chinos a esa distancia del distinto a la que solo ellos saben ponerse. Y arriba, bajo el celeste madrileño, esa enrevesada geometría por donde viven los gorriones y escapan las coplas: tejas dislocadas, buhardillas desplomadas y geranios en latas de tomate.
Pero todo es circunstancia, salvo esas ancianas de carro de la compra y monedero en la mano que charlan frente al mercado, nietas de cigarreras de Embajadores, hijas de verduleras de la calle de la Ruda; salvo esos viejos de cachava y gorrilla, hijos de milicianos de la FAI, que comentan el mundo nuevo que ven desde los bancos de la plaza de Cabestreros. Todo es circunstancia menos ellos, y mientras ellos estén, Lavapiés no será un gueto ni será colonizado por burguesitos de más al norte. Tendrán que esperar... un poco.














domingo, 3 de julio de 2016

Simbiosis canibípeda













A diario pasean mi calle, unidos por una correa, un indudable ejemplar de perro (canis lupus familiaris) y otro ejemplar de lo que he supuesto, no sé si con demasiado margen de error, del género homo y de la especie sapiens. Tan simpática pareja tienen la cotidiana delicadeza de dejarnos a la puerta de casa, como presente, el producto final del tracto gastrointestinal del cuadrúpedo; depositado con la natural aquiescencia de quien, se supone, toma las decisiones en esa asociación, siempre que no sea errónea mi adjudicación taxonómica para el bípedo.
Suponiendo acertada esta calificación de humano para uno de los extremos de la correa, sorprende la absoluta falta de empatía para con sus semejantes, lo que hace pensar en el posible error.
Estas simbiosis de can y bípedo inclasificado están proliferando como plaga en el pueblo del norte de Madrid donde vivo. La pequeña ciudad se ha trasformado: los viandantes caminan de forma ridícula, de puntillas, titubeantes, esquivando los productos resultantes de estas asociaciones canibípedas, mientras una de sus manos aprieta un pañuelo en las narices. Tamaña ocupación les distrae de la debida atención al tráfico o a los ejemplares del otro sexo con los que se cruzan, por lo que el problema no es de mero confort, y a corto plazo tendrá efectos demográficos, entre otros.
En los últimos tiempos parecen ir en aumento los que se dicen defensores de los “derechos de los animales”. Mi razón es incapaz de asimilar como puede tener derechos un ser incapaz de defenderlos. Supongo que confunden nuestros deberes para con los animales con esos imposibles derechos. El tema es antiguo. Vaya usted a saber. Pero bueno, en todo caso, lo que sí parece procedente es estudiar, por quien corresponda y con la urgencia requerida, los posibles o imposibles derechos y deberes de esos inclasificados bípedos. Y actuar en consecuencia.

Los humanos sí tenemos derechos, además de deberes, y tendremos que ponernos a defenderlos. Si podemos. Digo yo.





sábado, 2 de julio de 2016

Cenar legumbres











De la cercana lejanía de Bogotá me llega esta cena de Marcos, para su inclusión en el blog. Servidor, todo euforia, se ha permitido añadir un punto de ajo y cebolla de cosecha propia (los reflejos también), por esa manía de añadir imágenes a los textos de estos Cuadernos, aunque no hagan falta ninguna, como es el caso. Servidor es de aquellos niños antiguos que teníamos que iluminar con grecas las caligrafías del cole.

¡Gracias! 




  
A
noche tuve una pesadilla: Estaba terminando de ponerme la camisa cuando entraron dos hombres y una mujer de bata blanca. “Enhorabuena, señor Criado” dijo ella “Es usted el aspirante que consigue los mejores resultados. No nos cabe duda de que es el ciudadano ideal para ser presidente del gobierno”.

Me encontraba en un lugar que se parecía sospechosamente a la cocina de una tía mía, así que traté de protestar: “Debe de haber algún error, porque yo no quiero…”.

“Ningún error, señor Criado”, dijo la mujer, “Hemos analizado separadamente todos los parámetros que pueden funcionar coyunturalmente como cualidades del presidente ideal, y usted tiene la mejor puntuación en el 87.4% de todos ellos”.

El sitio ahora se parecía más a la consulta de un dentista al que mis padres me llevaban de niño. Se llamaba Toñín y hacía daño desde el mismo momento en que uno le miraba.

“Pero eso es imposible. Mire: yo soy inestable, casi ciclotímico; ahogo mis frustraciones en alcohol: cada vez que decido algo, me cuestiono a mí mismo por dentro durante días hasta que decido ahogarlo en alcohol; siempre que sigo mi instinto, pierdo dinero; si me mira una señora fetén, le confieso hasta…”.

La mujer agitaba la cabeza arriba y abajo con una sonrisa sin dientes. Se parecía muchísimo a mi profesora de Plastilina II.  “Sabemos tooooodas esas cosas, señor Criado. Y precisamente porque las sabemos no nos cabe ninguna duda de que es usted el presidente del gobierno ideal”. Era capaz de hablar sin descomponer la sonrisa. Exactamente igual que todas mis profesoras de plastilina.

“Pero… ¿Toodas….?”.

“Toooooooooooodas”.

Volvía a agitar la cabeza de arriba hacia abajo como un gato chino de esos que dizque dan buena suerte. O pasta. Algo dan los gatos chinos esos. Yo ya había terminado de abrocharme la camisa y no sabía bien qué hacer con las manos así que me rasqué la cabeza.

“Entonces….”. “Entonces nada, señor Criado. Lo tenemos todo planeado. Usted solo tiene que firmar aquí y dejarse en nuestras manos. Póngase de pie, por favor…”. Uno de los hombres había sacado una cinta métrica del bolsillo y me medía el cuerpo.

“¿Usted para dónde carga, don Marcos?”.

Me desperté en ese momento. No me alcanzó a palpar el asunto porque me desperté con un grito y la mano entre las piernas. De eso estoy seguro. “¿Qué tanto escándalo? ¿Le pasó algo?” Mi mujer. “Nada. Unos científicos locos que decían que era el presidente del gobierno ideal”. La carcajada de mi mujer no se parecía a nada salvo a otras carcajadas igual de hirientes. “¿Usted?”. Mi mujer es colombiana y habla como los colombianos. “Pues sí. Yo. ¿Qué es lo que pasa?”. “No. Nada, mijo. No se altere que no pasa nada ¿Dice que eran científicos?”. Y otra vez la carcajada.

“Ves. Es por ti que no he llegado nunca a ser presidente”.  

“Ya deje de ser tan huevón, Marcos; mire que fue usted el que se empeñó en presentarse porque seguro que no me eligen, tranquila mi amor que es solo por probar y ya llevamos una semana solo tratando de hacerle el traje”.




  

martes, 24 de mayo de 2016

El caballo de cartón












La sorpresa nos paraliza. Ha desaparecido el cartel. En su lugar destella un genitivo sajón. La música que sale a la calle aturde y araña. Derrengado en una jamba de la entrada, capucha, pantalones ceñidos a los muslos, apurando una colilla que le quema los dedos, un joven ya anciano:
-Pos tíos que sa jubilao el viejo, y habrá que poner esto al día. Digo yo ¿no?
La calle Apartealguna fue cuesta desasosegante por lo pina y por la carencia de portales, tiendas y gentes que distrajesen la subida. La única vida provenía de las corralas que a ella se abrían y a las que se accedía por las calles paralelas; vida en olores, risas y coplas escapando entre las largas, multicolores cuerdas de la ropa tendida. La sorna popular puso nombre a la costanilla por lo inútil de ascenderla, pues a ningún sitio conducía que no fuese un portillo en la tapia de la huerta de Las Claras, que cerraba la calle. He dicho conducía porque todo cambió cuando Ezequiel Alonso (el Guapo de Apartealguna, cuando no estaba presente) instaló su taberna, El Caballo de Cartón, en un solar que tenían las monjas adosado a las tapias del convento, al final de la calle, donde quedaban los restos de una construcción con bóvedas medievales. Ezequiel llamó así a su taberna por su afición a fabricar estos juguetes; los hacía en unas dependencias que construyó tras la taberna, y que fueron creciendo según aumentó la demanda y él amplió la oferta con peponas, cabezas de gigantes y cabezudos, caretas y otras posibilidades del cartón. 
Ezequiel había nacido en la vecina calle del Ancla, al inicio de los años treinta del siglo XIX; era hijo de Josefa Laguna (Pepa la Bella para todo el mundo), planchadora, y de Melquiades Alonso, herrador en las caballerizas del Palacio de Oriente.

En las coplas del ciego de la ca del Agua -monocordes salmodias del pueblo llano- anda ya el nombre de la Bella Pepa.

Ezequiel fue un niño guapo y un joven siempre rodeado de mozuelas. Realizó sin dificultades los estudios primarios y continuó su formación con las clases de un capellán de las Claras, que contaba a los padres maravillas sobre las capacidades del muchacho.  Cuando entre las habituales polillas revoloteadoras el  padre vio alguna ya no tan moza, se preocupó, y decidió sacar al gallardo jovencito del escaparate de la calle, encauzándole en alguna actividad con la que pudiera ganarse la vida.

Las coplas del ciego de la ca del Agua hablan por tabernas y por los garitos del Guapo retoño de la Bella Pepa.

Las amistades de Melquiades en la Real Casa le permitieron acoplar al hijo en el Cuerpo de Alabarderos, lo que fue aceptado de buen grado por el mozo. Su cerebro despierto y su galanura -en oficio tan de ornato- le fueron facilitando el ascenso en el escalafón. A los veintipocos años ya era suboficial, estaba considerado y seguía subiendo peldaños.
El aguijón del ciego de la calle del Agua hirió a Melquiades antes de que le llegasen sospechas o noticias. Pocos días después tuvo ya que asentar su manaza en la cara de algún compañero imprudente.

Ni la más gallarda alabardería –dicen las coplas del ciego– remedia que el fruto del Real Vientre sea otra vez cadáver a los pocos días.

Los años siguientes son duros para Pepa y Melquiades. Llega un momento que no pueden soportar más coplas y regresan a su pueblo, en Asturias, donde Melquiades puede hacerse cargo de la fragua que deja su padre, ya anciano.
Ezequiel se casa con una doncella de Palacio; abre su taberna bajo las bóvedas, en las ruinas góticas del solar de las monjas; deja los alabarderos y entre chatos de vino y caballos de cartón pasa su vida. El problema de las habladurías lo resuelve el primer día en que el vino hace hablar de más a un paisano; el mozarrón lo levanta en vilo y lo cuelga por el cuello de la levita en un gancho de la pared, dejando al infeliz toda la tarde como pataleante cuadro al que la clientela brinda sus tragos entre risotadas; teniendo Ezequiel, eso sí, la caridad de atizarle una torta de vez en cuando para acallar los berridos.

Las coplas del ciego de la ca del Agua cantan el vinillo de la tasca el Guapo de ca Apartealguna.

Ya no hay Guapo en Apartealguna, ni Caballo de Cartón, ni donde tomar un chato, ni ciego en la calle del Agua que de esto nos haga copla.
  
   

  


   

lunes, 28 de marzo de 2016

Viejos al sol de marzo












Pardos de pana y pardos
de vegetal silencio,
con la paz de las manos en el curvo
sopor de la garrota,
estáis al borde del camino
sentados,
          sin espera
ni desesperación.
Estáis
          como álamos
                    al borde
sencillamente.
                    Estáis.
                                         Manuel Fernández Calvo



pues sí sí que duda cabe estoy de acuerdo en que la opinión política de nuestros conciudadanos les es suministrada en buena medida por los tertulianos de la televisión esos cuatro personajillos que salvo honrosas y escasas excepciones son toscos obedientes y perfectamente adaptables a la doctrina que dicta el que paga pero yo sigo con mi fe en el vapuleado porquero sabedor de que la verdad será la de Agamenón y nada más que la de Agamenón y tú viejo comunistón quién nos iba a decir que tu racionalismo se haría arrullo de avemarías y padrenuestros y que después de tantos años de anticlericalismos y laicismos jacobinos tendríamos que oír esa tu repetitiva salmodia ay amigos no no yo nunca he renunciado a todo lo aprendido de niño de los que me enseñaron a utilizar mi pobre razón a enjuiciar y tratar de discernir pues de ellos aprendí también estos asideros a los que agarrarse cuando no se trata de organizar el día a día sino cuando se trata de encarar la enfermedad la muerte la soledad la noche el desamparo y esos miedos para los que nada vale la razón ni el coraje nunca me habréis oído hablar de creencias  trascendentes que no sé si tengo  y no sé si me preocupan aunque sí sé que no he recibido revelaciones divinas y sí sé que he recibido la tradición de ancestros a los que estos mantras han servido desde los orígenes para enfrentarse a lo incomprensible sí sí ya sé la fe la fe pero supongo que los rosarios las cantinelas repetitivas y las ruedas de oración sirven para los miedos atávicos al margen de más o menos fe sirven para meter en surco al alma y que no se desparrame en el horror parece que sirven que han servido para esquivar esa realidad que no somos capaces de entender con las recetas de andar por casa que nos dio el viejo de las barbas blancas alguno de esos humanos de barbas blancas que han dibujado nuestros cerebros basta basta amigos de asuntos sin respuesta estamos un año más en primavera y como cada vez nos quedan menos disfrutemos de esta y tú viejo ateo rezador ten cuidado y no pises esa langosta que acaba de salir de entre la maleza en que ha pasado el invierno mira mira como desentumece los músculos esos músculos que se tienden y distienden entre las cavidades quitinosas para mover toda la armónica potencia de los miembros mecánicos de las mandíbulas amenazantes y de las alas que ocultan los élitros pronto sacará fuerzas de las yemas prometedoras que ya se abren pero oíd se acaba el silencio de los trinos pajariles y llegan niños que llenan el mundo de risas y gritos el mundo en que se cumple la profecía de Fidel nada menos que la profecía de Fidel y Obama va a Cuba no es uno más Obama no es uno más y hasta los Rolins van a Cuba y Occidente siente a través de Isis el mordisco de una venganza antigua son las luchas de una humanidad estancada en la que solo avanzan algunas técnicas como esas que quizás nos concedan algún lúcido y alegre año de propina quién sabe y con un golpe de sus bielas el insecto se lanza en fabuloso salto durante el que abre sus alas y se pierde en la copa de un pino piñonero en tanto amigos con este solecillo de finales de marzo podemos ir dejándonos caer hacia la taberna y tomarnos alguno de los chatos que nos queden sin dejar de discutir claro está de asuntos con posible respuesta y en lo demás que cada uno se las arregle como pueda o dios le dé a entender y si en algo podemos ayudar pues ayudamos



sábado, 5 de marzo de 2016

La silla del aviador

















Si ascendemos hacia el norte por la calle de Manuel Pardo, en la Colonia de Torrelodones, iremos dejando a la izquierda el muro de cerramiento de la linde este de la finca Villa Rosita; un recinto con una fuerte capacidad de evocar historias - más o menos reales - en el imaginario popular de nuestros días. Por la que fue hermosa casa de verano y recreo de una pareja de española y alemán (1) campa hoy el abandono, la desidia municipal, y el colorido desorden de ese fenómeno social de nuestros días que es la ocupación.

La Colonia tiene historia corta. Hasta hace no muchos años fue sitio de veraneantes;  sitio con poco pueblo y poco paisanaje que crease poso. Pero como a algo hay que agarrarse, los foráneos aquí llegados ponemos el oído a todo cuanto pueda tener algún matiz de memoria popular.

Por cierto, esta calle por la que ascendemos está dedicada al propietario de los terrenos sobre los que se constituyó la Colonia Agrícola La Victoria y la posterior Colonia Vergara, inicios del actual núcleo urbano distribuido entre los municipios de Torrelodones y el vecino Galapagar. La memoria de este señor está, por tanto, en la inscripción registral primera de las casas más viejas del lugar.

Dejo el análisis sociológico del origen y desarrollo de la Colonia de Torrelodones a algún especialista en la disciplina. Miel sobre hojuelas sería si este profesional, además, tuviese alguno de los apellidos - entre los nativos - que el primogénito del Dr. Mingo Alsina relaciona en un relato que tiene publicado sobre la historia de su padre; curiosa simplificación del “quién era quién” en la Colonia de los años cuarenta del siglo pasado. Más de uno pensará que, en ese sociólogo, estoy señalando a algún querido amigo. Lo mismo.

Los foráneos tenemos nuestras limitaciones al respecto. No hemos pasado aquí nuestra infancia, y solo la infancia conforma nuestro yo. De adultos, todos hacemos currículo y currículum, nos dedicamos a crear una imagen que usamos para ganarnos la vida, entretenernos o satisfacer el ego; pero, a nada que se escarbe, solo somos aquello que se fijó y definió en nuestra infancia. Y esa íntima realidad conformadora es imágenes, colores, sonidos, olores, personas, casa, pueblo, país, idioma…, todo eso hacia lo que nos retrotraemos cuando nos buscamos, cuando pretendemos saber o expresar quiénes somos. Uniendo el pensamiento de Pessoa y Rilke podríamos decir que la patria del hombre es su infancia y es su idioma. Pero, aunque nunca podremos dejar de ser foráneos, tenemos curiosidad sobre el lugar donde vivimos, y ponemos el oído esperanzador a todo posible eco de lo popular y auténtico.

Estábamos subiendo por la calle Manuel Pardo, dejando a nuestra izquierda la mampostería serrana del cerramiento de Villa Rosita. Por encima del muro, entre los restos vegetales de un incendio no lejano en el tiempo, atisbamos la ruina pintarrajeada. Hacia la mitad de la linde y cercano a ella, sobre una peña, vemos - retorcida herrumbre - el insólito otero de la “silla del aviador”.

He escuchado la historia de un avión alemán caído, y también la de una “chata” derribada en Villa Rosita durante la brutal batalla de Brunete. Ambas versiones coinciden en que el propietario de la finca, a su regreso tras la guerra, dio al asiento del piloto uso de misericordia en su particular mirador de atardeceres en la cinta azul del Guadarrama. Buen “pensatorio” donde reflexionar sobre tan recientes horrores.


Hoy he querido suponer que esa desconocida “chata” fue un Chato, uno de aquellos Polikarpov I-15, biplanos de piel de tela, que la Unión Soviética vendió al estado español para que se defendiese de los aviones que la Alemania nazi y la Italia fascista suministraban a los sublevados. Aquellos aviones de la República pilotados, en tantos casos, por jóvenes de humilde condición formados a la carrera en San Javier. A ellos mi pequeño homenaje.



(1) El controvertido simpatizante de la rebelión franquista Félix Schlayer y la española Rosa Albagés.