jueves, 14 de julio de 2016

Entre Cascorro y Antón Martín




Orden en el caos



















Señales de tiempos






  
E
ntre Cascorro y Antón Martín, Madrid se deja caer hacia las Rondas por diez o doce calles que siguen, más o menos, las originales vaguadas, los escurrideros erosionados de esos arenales primigenios que los entendidos llaman terrazas cuaternarias del Manzanares. Las calles transversales suben y bajan los pequeños valles en humilde adaptación al terreno. Son los barrios bajos, barrios de menestrales, barrios que absorbieron las primeras migraciones con que se inició la gran ciudad. 
Hoy, sus edificios de viviendas son mayoritariamente del siglo XIX, los de tiempos anteriores han ido cayendo ante la especulación y la inoperancia municipal. Los tonos pastel de los revocos se han remozado con ese afán del Ayuntamiento en lavar la cara a Madrid durante los pasados años de bonanza económica. Por las aceras y las plazas  los colores intensos de los africanos del top manta, gitanos mercando mercancía de mercadillo, lentitud en árabes de tasbih y chilaba, caribeños imponiendo su música y su ruido, corros de desocupados, joven marginación ocuka, burguesitos de más al norte en busca de pasado y taberna, … y chinos, chinos a la luz verde, mortecina y sospechosa de sus tenducos siempre abiertos al calor o al frio, en su  provisionalidad, tras su mobiliario de cajas de cartón, tras sus maniquís cadavéricos, chinos a esa distancia del distinto a la que solo ellos saben ponerse. Y arriba, bajo el celeste madrileño, esa enrevesada geometría por donde viven los gorriones y escapan las coplas: tejas dislocadas, buhardillas desplomadas y geranios en latas de tomate.
Pero todo es circunstancia, salvo esas ancianas de carro de la compra y monedero en la mano que charlan frente al mercado, nietas de cigarreras de Embajadores, hijas de verduleras de la calle de la Ruda; salvo esos viejos de cachava y gorrilla, hijos de milicianos de la FAI, que comentan el mundo nuevo que ven desde los bancos de la plaza de Cabestreros. Todo es circunstancia menos ellos, y mientras ellos estén, Lavapiés no será un gueto ni será colonizado por burguesitos de más al norte. Tendrán que esperar... un poco.














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