Tengo
que tratar de acordarme de aquello y escribirlo porque era hermoso y digno de
contar sí era digno de contarse aunque solo sea para sobrellevar lo zafio y lo
vulgar de cada día lo bello puede estar entre lo oscuro entre lo feo pero nunca
mezclado no puede mezclarse la bondad con lo ruin como no pueden mezclarse el
agua y el aceite que se dice hay que tener los ojos abiertos siempre atentos
pues de cualquier sitio puede surgir la belleza lo he consultado con quien
consulto los asuntos de sentido común que es con Luis de Gallur el otro día me
acordé mientras barría pinaza que no es actividad tan fútil como por su
humildad pudiera pensarse Urcisiano Goriz el mozárabe el pensador de las dos culturas que subió de
Sevilla a León lo dijo en el siglo XI antes de que se le cruzasen los cables y
le diese por arrimarse al poder y bajar a su antigua patria nada menos que a matar moros lo
que le valió dineros y un señorío con el título de Conde del Bacillar puede que
por su notoria inclinación al clarete cosa que no aprendió de moros sino de
cristianos digo que dijo antes de estas veleidades bélicas que barrer pinaza
era labor que aliviaba el espíritu y lo propendía a hilvanar las más sutiles tesis
las más etéreas argumentaciones lo mecánico de la actividad liberaba el alma y
las esencias emanadas de las colofonias potenciaban la actividad
cerebral de lo que surgían tan excelentes frutos fructificación que no podía
extenderse al barrido de cualquier otro residuo vegetal al menos no de los que
Urcisiano pudo investigar su curiosidad le llevó a señalar en el mapa los
lugares donde se producía el mejor pensamiento de su tiempo y vio que sus marcas
estaban siempre sobre tierras de pinares tengo que acordarme pues el asunto era
realmente hermoso puede que me acuerde cuando vuelva a barrer pinaza me llevaré
un cuaderno y un lápiz para apuntar que no se me olvide es una pena perder lo
que el alma recuerda o produce cuando se barre pinaza Urcisiano llenó de
pinares el territorio de su señorío lo que produjo hambruna y miseria durante
años pero como la humanidad todo lo aguanta con el tiempo el país fue excedente
de filósofos y piñones los primeros tuvieron reconocimiento en todo el reino y
fueron ellos los que sobre el viejo basamento griego que plantaron los romanos
levantaron la solida estructura del pensamiento patrio los piñones los vendían
en Medina del Campo tostados o frescos donde tenían mucha aceptación actividad
esta que era ejercida por nobles e hijosdalgo toda vez que los pecheros
barredores de pinaza bastante tenían con su enorme producción de libros que eran
exportados a las universidades de toda Europa tengo que acordarme del cuaderno
y el lápiz oigo viento en la ventana y supongo que mañana tendré abundante
pinaza que barrer lo de la escoba es una mera tradición verbal que yo he
recogido en la zona donde dicen que sí que ese magnífico útil de finas pletinas
que se abren en abanico fue ideado por Urcisiano en colaboración con un espadero
toledano para facilitar la labor de los pensantes barredores pecheros que tan buenos
caudales producían al territorio y por ende a las arcas condales no porque la
cantidad en volumen de lo barrido fuese proporcional a la finura de la
producción del intelecto no sino por aliviar el esfuerzo físico de agrupar en
montones las rebeldes hojas aciculares etcétera tengo que acordarme.
domingo, 18 de agosto de 2013
sábado, 10 de agosto de 2013
Casas rurales
El
turismo de casas rurales español en
sus distintas acepciones locales, como el bed
and breakfast británico, el turismo
de habitaçao portugués, o las gites
francesas tenía en sus orígenes una pretensión de autenticidad que en el caso
español se ha perdido casi por completo.
Se pretendía vender al urbanita una inmersión temporal en ambientes reales,
los de unas personas que habilitaban parte de sus viviendas para estos fines y
así ayudaban a sus economías domésticas: sea usted por unos días labrador en la
estepa castellana, señorito cortijero en Andalucía, payés en masía catalana,
señor en pazo gallego, invitado de indiano asturiano o de arriero maragato,
huertano en Valencia, castellano en su torre medieval, pescador vascongado,
vinatero riojano… Hoy en día casi todos estos negocios se han
profesionalizado y sus establecimientos son decoraciones, más o menos logradas,
desarrollando una idea preconcebida sobre lo ofrecido. De todas formas sigue siendo una oferta
distinta del hotel convencional, del que solemos esperar lo contrario: una
despersonalizada asepsia que no nos conturbe lo más mínimo, para pasar la noche
en un sueño reparador y largarnos a la mañana siguiente para continuar la
persecución de nuestros imposibles, sin acordarnos de la cama en que hemos
dormido, lo que suele ser buena señal.
Supongo
que los que seguimos buscando los “ambientes auténticos” en este tipo de
alojamientos, lo hacemos por las mismas razones por las que, por ejemplo, nos
gusta rodearnos de trastos viejos, que al fin y al cabo utilizamos como
símbolos evocadores de mundos desaparecidos. No digo añorados, tampoco hablo de inquietudes científicas, hablo del gusto por la
dignidad que el filtro del tiempo otorga a las cosas, en contraposición a la
aparente banalidad de lo moderno por el mero hecho de serlo.
Y los
que en estas andamos podemos encontrarnos con la horma de nuestro zapato. Este
verano planeábamos un viaje familiar y pretendíamos una parada en una pequeña y
agradable ciudad de un país vecino en la que hace unos años lo habíamos pasado
bien, disfrutando de un folclore espontáneo que se manifiesta, al margen del escaso
turismo, en las calles y en las tabernas . Brujuleando en Internet di con algo
realmente apetitoso: una página web, bien montada, ofrecía una preciosa casa
del magnífico barroco de nuestros vecinos. En las fotos de los interiores se
veía con claridad que aquello no era decoración ni acumulaciones de
coleccionista; se trataba de una auténtica casa palacio, con los muebles y los
objetos que el paso de generaciones adineradas va acumulando en edificios con
continuidad familiar. Y allí reservamos habitaciones para pasar unos días.
Encontrarnos
con el edificio no nos defraudó, era realmente magnífico y estaba situado en el
centro de la ciudad que pretendíamos disfrutar. Llamamos a la puerta y al cabo
de un rato, que nos pareció largo, se abrió una chirriante rendija por la que
una anciana asomaba su nariz interrogante. Un amplio zaguán daba paso a una
escalera de piedra berroqueña con balaustres barrocos, por la que ascendimos
siguiendo a la señora. En la penumbra de un salón de alto techo de artesa en
color añil, pude intuir, más que ver, buenos muebles y buenos cuadros. La
anciana pronunció unas breves palabras a modo de bienvenida y presentación de
la casa, en la que su familia - dijo – había vivido durante ocho generaciones.
Yo sentía una sensación de incomodidad, quizás desasosiego, y mirando a mi familia veía en sus
caras la misma sensación. A la falta de luz se unía un aire pesado y un olor… olía…
¡olía a alcantarilla! La señora nos condujo a las habitaciones a través de
oscuros salones y pasillos por los que vimos cruzar furtivamente, ocultándose a
nuestro paso, sombras de seres que nos parecieron deformes. La dama, solícita,
nos enseño los cuartos y abrió las camas. Reuniendo ánimo logramos decirle que
solo nos podíamos quedar una noche.
Las
habitaciones eran amplias y los cuartos de baño nuevos y cómodos. En la nuestra
había una cama decimonónica con preciosos dibujos de marquetería y sábanas de
hilo bordadas y almidonadas; sobre una cómoda de cerezo un buen crucifijo del
XVIII con unas siemprevivas, un aguamanil de loza y una bandeja con vasos y
botellas de agua; los objetos reposaban sobre coquetos paños bordados.
Completaban el mobiliario unas mesillas parejas de la cama, dos descalzadoras,
unas sillas y un buen armario de luna en el hall que precedía al dormitorio.
Todo estaba limpio y cuidado, pero en el aire se seguía sintiendo la sensación
de pesadez. Descorrí cortinas y visillos y levanté la ventana de guillotina,
solo allí vi suciedad y bichejos que escapaban, hacía mucho tiempo que no se abría.
El aire y la luz dieron vida a la habitación.
Después
de lavarnos dejamos los cuartos con la intención de visitar la pequeña ciudad.
El edificio nos oprimía y estábamos deseando salir. Fuimos atravesando las oscuras estancias y
nuestra anfitriona nos salió al paso. Le hablamos de la digna vetustez de la
casa y se ofreció a enseñarnos algunas zonas de interés. Recorrimos salones y
dependencias escuchando referencias apasionadas a las distintas opciones monárquicas
por las que, a lo largo de los siglos, habían optado los antepasados retratados
en los cuadros, sin la menor referencia a la ya vieja realidad republicana del país.
Colecciones de objetos orientales traídos por familiares dedicados al
funcionariado o al comercio en tierras lejanas, llenaban vitrinas. Me llamó la
atención una preciosa capilla con un retablo de recargado barroquismo y sabor americano. Me hubiese
gustado preguntar a la señora la razón por la que esa casa permaneciese intacta
después de tantas guerras, saqueos, repartos, herencias y testamentarías como
podían presumirse; pero no me atreví, temiendo largas explicaciones; queríamos
coger la puerta cuanto antes y salir a llenar los pulmones de aire limpio,
libertad y alivio.
A la
mañana siguiente nos esperaba un magnifico desayuno, servido con gusto exquisito
en un comedor con alacenas de nogal repletas de vajillas antiguas. A nuestra
espalda sentíamos revolotear las sombras, como atentas a satisfacer nuestro
menor deseo. Lo que he llamado pesadez del aire, algo complejo que soy incapaz
de definir, no nos dejaba disfrutar del desayuno preparado con evidente interés
y sabiduría. Como no nos dejó disfrutar de esa extraordinaria casa que
permanecerá en nuestra memoria.
En la
siguiente ciudad fuimos derechos a un hotel del que ya no recuerdo detalles y
que dentro de nada no existirá en mi cerebro.
Sé que volveré a las andadas.
viernes, 9 de agosto de 2013
La Maragateria y la Alta Somoza
La
Baja Somoza– La Maragatería - mira al llano en que comerciaban sus trajineros.
En sus pueblos, las grandes casas de los arrieros son restauradas y mantenidas
con el apego de las gentes al lugar de sus mayores y los dineros del comercio del pescado
y la carne en Madrid. La piedra de sus muros se va rejuntando con morteros de
cal teñida con ocre, y las carpinterías de puertas y ventanas – con huecos
recercados en blanco – se pintan de azul, verde o rojo; velando los cristales con la labor femenina de visillos primorosos. (Sospecho que muchas de las
maneras usadas hoy en día para restaurar estas casas, fueron puestas de moda
con la restauración de Castrillo por la Administración). El paso del Camino de
Santiago ha ayudado a la conservación de estos pueblos, generando una actividad
económica que ha permitido la adaptación de muchas casas para el turismo rural
y los albergues de peregrinos. En las fiestas del verano se siguen sacando de la naftalina del arca los viejos ropajes, para agitarse en zapatetas al ritmo del
tamboril y la chifla.
En las restauraciones de la Baja Somoza los esmaltes sintéticos incorporan colores sorprendentes. Murias de Rechivaldo. |
Importantes casas de arrieros han sido habilitadas para la hostelería. Murias de Rechivaldo. |
Lucillo, Alta Somoza |
Lucillo |
Restos de cubierta de cuelmo. Lucillo |
Cumbrera en cubierta de losas pizarrosas. Lucillo |
Lucillo |
Tanta
diferencia entre estas dos zonas es reciente. Aparte de las casas de los
trajineros acaudalados, las viviendas del común de la gente debían de ser
bastante similares en las dos Somozas. Concha Espina escribió su Esfinge
Maragata en 1914. Parece ser que estuvo pocos días en el país, y solo visitó
los pueblos del entorno inmediato de Astorga. El escenario de la novela es una
casa importante, venida a menos, en un pueblo de la Baja Somoza; donde, tras el
fin de la arriería, los hombres han mantenido la tradición de salir del pueblo
a buscarse la vida, dejando a las mujeres el brutal trabajo de mantener la
hacienda y sacar cosechas de tierra tan yerma. Se ha querido identificar su
Valdecruces con Castrillo de los
Polvazares, y si es así son significativas las impresiones que causó en la
santanderina el hoy tan retocadito pueblo:
Después,
dando sombra a los ojos con las dos manos, vio surgir débilmente el diseño
borroso del humilde caserío, techado con haces secas de paja amortecida,
confundiéndose con la tierra en un mismo color, agachándose como si el peso de
la macilenta cobertura le hiciese caer de hinojos a pedir gracia o
misericordia. En aquella actitud de sumisión y pesadumbre, las casucas
agobiadas, reverentes, exhalan un humo blanco y fino que parecía el incienso de
sus votos y oraciones.
……………………………………………………………………………….
El “crucero”
es un punto céntrico del lugar, donde convergen cuatro calles anchas y
silenciosas, de edificios ruines con techados de cuelmo, pardos y miserables
como la tierra y el camino: una gran cruz labrada toscamente, ceñida en el
suelo por un amago de empalizada, corrobora el nombre de la triste y muda
plazoleta.
La prosa de doña Concha
deja claro que, hace cien años, el aspecto de Castrillo era muy diferente del
que hoy ofrece el protegido conjunto. En la tristeza de las ruinas de la Somoza
Alta podemos encontrar las imágenes perdidas de estos pueblos de la Baja Somoza,
favorecidos por el albur y otras circunstancias.
Pobladura de la Sierra, Alta Somoza. |
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