Desde hace medio siglo un número
significativo de los habitantes de este país – y de gran parte de Europa – sufre
una música “popular” que les es ajena e ininteligible y que inunda, casi con
exclusividad, su medio ambiente desde
radios, televisiones y demás medios de propagación. No puedo dar cifras, no sé
de estadísticas al respecto, pero sí me atrevo a asegurar que el número de damnificados
– en todos los estamentos sociales - es lo suficientemente alto como para que
el fenómeno, al menos, despertase el interés de los sociólogos.
Los que estamos por encima de los sesenta
años hemos conocido los tiempos en que las ventanas de cualquier patio de
vecindad emanaban, entre aromas de honrado puerro, músicas al gusto y sentir
del pueblo en que nacían, o bien músicas más adaptadas al oído de las élites
culturales. Lo que no se escuchaban eran musiquillas que sacasen de quicio a
parte importante de unos y otros, como las que llevamos tanto tiempo sufriendo.
A principio de los años sesenta nos llegó el
rock and roll americano, que realmente interesó a la juventud, como le
interesaron las músicas que a continuación surgieron en Inglaterra. Era un
aporte fresco para los que estábamos entre la espada de la copla y la pared de
la clásica que RNE revestía de tintes trascendentes. El problema es lo que viene después, el pop y
todas sus familias, el dichoso pop imposible de definir; y con él aparece un
nuevo fenómeno: el encauzamiento de los gustos musicales de la gente por las
industrias discográficas. El disco. El gran negocio. También es difícil de
delimitar o definir lo denominado como rock, tan adocenado como su hermano el
pop, salvo contados casos en que ha sabido acercarse a lo auténticamente
popular, al folclore (generalmente al norteamericano). Quizás sean de destacar
los intentos de determinadas facetas del
rock en representar una cierta rebeldía social de la juventud, pero al final
han resultado de corto alcance; poco más allá de uniformes y gestos.
De este desierto cultural, como de tantos
otros, solo nos podría sacar el impulso de la juventud. De momento no aparecen
atisbos de que esto vaya a suceder. Una parte importante de los jóvenes se
entretienen con lo que les impone la gran industria discográfica. El resto de
los ciudadanos se refugia en otras facetas de la creación musical, que las hay,
aunque parezca mentira.
Tengo pocas esperanzas en que el daño que
las nuevas tecnologías hayan causado al disco pueda cambiar algo la situación; la
industria encontrará nuevos cauces. De lo que no puedo hablar es de la música que se escucha en
los pequeños locales de directo que ahora parecen proliferar, pues la
desconozco; pero en el mejor de los casos esto sería algo minoritario y
selecto, y no es de lo que trato.
Nuestra juventud, ahora acosada de forma
terrible por el paro y la injusticia, sabrá dar un vuelco a esta situación y
las ventanas de los patios de vecindad volverán a emanar músicas frescas que se
prendan en el alma de las gentes, para terminar con este absurdo medio siglo de
separación. Eso espero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario