jueves, 2 de enero de 2014

Pop, rock y alienación













     Desde hace medio siglo un número significativo de los habitantes de este país – y de gran parte de Europa – sufre una música “popular” que les es ajena e ininteligible y que inunda, casi con exclusividad,  su medio ambiente desde radios, televisiones y demás medios de propagación. No puedo dar cifras, no sé de estadísticas al respecto, pero sí me atrevo a asegurar que el número de damnificados – en todos los estamentos sociales - es lo suficientemente alto como para que el fenómeno, al menos, despertase el interés de los sociólogos.  
     Los que estamos por encima de los sesenta años hemos conocido los tiempos en que las ventanas de cualquier patio de vecindad emanaban, entre aromas de honrado puerro, músicas al gusto y sentir del pueblo en que nacían, o bien músicas más adaptadas al oído de las élites culturales. Lo que no se escuchaban eran musiquillas que sacasen de quicio a parte importante de unos y otros, como las que llevamos tanto tiempo sufriendo.
     A principio de los años sesenta nos llegó el rock and roll americano, que realmente interesó a la juventud, como le interesaron las músicas que a continuación surgieron en Inglaterra. Era un aporte fresco para los que estábamos entre la espada de la copla y la pared de la clásica que RNE revestía de tintes trascendentes.  El problema es lo que viene después, el pop y todas sus familias, el dichoso pop imposible de definir; y con él aparece un nuevo fenómeno: el encauzamiento de los gustos musicales de la gente por las industrias discográficas. El disco. El gran negocio. También es difícil de delimitar o definir lo denominado como rock, tan adocenado como su hermano el pop, salvo contados casos en que ha sabido acercarse a lo auténticamente popular, al folclore (generalmente al norteamericano). Quizás sean de destacar los  intentos de determinadas facetas del rock en representar una cierta rebeldía social de la juventud, pero al final han resultado de corto alcance; poco más allá de uniformes y gestos.
     De este desierto cultural, como de tantos otros, solo nos podría sacar el impulso de la juventud. De momento no aparecen atisbos de que esto vaya a suceder. Una parte importante de los jóvenes se entretienen con lo que les impone la gran industria discográfica. El resto de los ciudadanos se refugia en otras facetas de la creación musical, que las hay, aunque parezca mentira.
     Tengo pocas esperanzas en que el daño que las nuevas tecnologías hayan causado al disco pueda cambiar algo la situación; la industria encontrará nuevos cauces. De lo que no  puedo hablar es de la música que se escucha en los pequeños locales de directo que ahora parecen proliferar, pues la desconozco; pero en el mejor de los casos esto sería algo minoritario y selecto, y no es de lo que trato.
     Nuestra juventud, ahora acosada de forma terrible por el paro y la injusticia, sabrá dar un vuelco a esta situación y las ventanas de los patios de vecindad volverán a emanar músicas frescas que se prendan en el alma de las gentes, para terminar con este absurdo medio siglo de separación. Eso espero.       
  



 


    

No hay comentarios:

Publicar un comentario