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n la margen izquierda del Duero, frente al perfil de Zamora que se
mira en el agua, se alzan las ruinas del convento de San Francisco. A finales
del siglo pasado Manuel de las Casas
tejió, entre estos sillares góticos y renacentistas, una urdimbre de ligeros
paramentos de vidrio y acero corten para volver a dar vida a lo asolado por la
soldadesca francesa, las leyes desamortizadoras y el abandono. Una hermosa
arquitectura de nuestro tiempo se introduce, humilde y tímida, entre las ruinas; sin
entablar competencias, sin tapar nada, resaltando con su liviandad, con su
trasparencia y con las geometrías de los jardines, la potencia de la cantería
medieval. Ocupa estos espacios la Fundación
Rei Afonso Henriques, pensada para crear lazos entre los dos países por los
que discurre el río.
Al
leer en la prensa la muerte de Manuel de
las Casas lo primero que me viene a la memoria es esta obra y el regocijo y
la serenidad de espíritu que me dejó encontrar algo tan hermoso, tan bien
resuelto.
A nadie
se le puede exigir el talento, pero sí la humildad que hace ver las propias
limitaciones. Bueno sería que este magnífico trabajo fuese paradigma para
actuaciones sobre nuestro patrimonio, tan maltratado por personalismos.
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