jueves, 19 de noviembre de 2015

Duele Cataluña






La delicadeza del gótico catalán de Sta. María della Catena, en Palermo, se me antoja contrapunto a la brutalidad de tantos políticos catalanes del momento.









A
pesar de todos los pesares, seguiré amando la cultura catalana. Ante sus frutos no necesitaré esforzarme, los disfrutaré como siempre lo he hecho. La amaré a pesar de esos políticos empeñados en la diaria ofensa a los no catalanes. Lo que no podré  es volver a poner el entusiasmo que puse con muchos, muchos de mi generación, en la defensa de lo catalán durante el franquismo y la transición. Nos han dejado sin energías.
Cuesta admitir la xenofobia catalana - en la que el paradigma cómico podría ser la ínclita señora Ferrusola - es algo que tradicionalmente hemos conllevado como un problema de familia, pero harta el burdo empeño actual en defender la diferencia como valor. La diferencia es patrimonio de cualquiera; de los cretinos, por poner un ejemplo.
Los “catalanistas” no quieren a los que siempre quisimos lo catalán. Ahora utilizan a esos neo-conversos a la xenofobia excluyente logrados, entre el paisanaje charnego, por la prensa del Sr. Conde de Godó. Pero ese paisanaje no tardará en darse cuenta de su enorme error.  
No he robado nada a los catalanes. No les debo nada que no sea el disfrute de su cultura. Ellos a mí, si acaso, me deben el entusiasmo puesto en la defensa de su realidad cultural e histórica. Pero no siento ninguna necesidad de hacer cuentas.
Me cuesta entender a esos exóticos movimientos de la izquierda catalana en los que la independencia es el valor fundamental. No son izquierda, son la misma derechona a la que se alían para lograr objetivos impropios de partidos que deberían tener un sentido más universal.
Nos depare lo que nos depare el futuro, el mal está hecho. La herida social tardará mucho en cicatrizar. El sentimiento solo puede ser de tristeza.
Por el momento, no me apetece volver a Cataluña. Tendré lo catalán en las obras de tiempos mejores, pero no me apetece volver. El tiempo dirá. Tampoco quiero compartir el conocido axioma del “problema irresoluble,” aunque tantos se empeñen en validarlo.



    










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