La delicadeza del gótico catalán de Sta. María della Catena, en Palermo, se me antoja contrapunto a la brutalidad de tantos políticos catalanes del momento.
pesar
de todos los pesares, seguiré amando la cultura catalana. Ante sus frutos no
necesitaré esforzarme, los disfrutaré como siempre lo he hecho. La amaré a
pesar de esos políticos empeñados en la diaria ofensa a los no
catalanes. Lo que no podré es volver a
poner el entusiasmo que puse con muchos, muchos de mi generación, en la defensa
de lo catalán durante el franquismo y la transición. Nos han dejado sin
energías.
Cuesta admitir la xenofobia catalana - en la
que el paradigma cómico podría ser la ínclita señora Ferrusola - es algo que
tradicionalmente hemos conllevado como un problema de familia, pero harta el
burdo empeño actual en defender la diferencia como valor. La diferencia es
patrimonio de cualquiera; de los cretinos, por poner un ejemplo.
Los “catalanistas”
no quieren a los que siempre quisimos lo catalán. Ahora utilizan a esos neo-conversos
a la xenofobia excluyente logrados, entre el paisanaje charnego, por la prensa
del Sr. Conde de Godó. Pero ese paisanaje no tardará en darse cuenta de su
enorme error.
No he
robado nada a los catalanes. No les debo nada que no sea el disfrute de su
cultura. Ellos a mí, si acaso, me deben el entusiasmo puesto en la defensa de
su realidad cultural e histórica. Pero no siento ninguna necesidad de hacer
cuentas.
Me
cuesta entender a esos exóticos movimientos de la izquierda catalana en los que
la independencia es el valor fundamental. No son izquierda, son la misma
derechona a la que se alían para lograr objetivos impropios de partidos que
deberían tener un sentido más universal.
Nos
depare lo que nos depare el futuro, el mal está hecho. La herida social tardará
mucho en cicatrizar. El sentimiento solo puede ser de tristeza.
Por
el momento, no me apetece volver a Cataluña. Tendré lo catalán en las obras de
tiempos mejores, pero no me apetece volver. El tiempo dirá. Tampoco quiero compartir
el conocido axioma del “problema irresoluble,” aunque tantos se empeñen en
validarlo.
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