sábado, 24 de octubre de 2015

Nuestros viejos















Los padres podrán desheredar a los hijos por maltrato psicológico. Esta sentencia del Supremo, del pasado mes de agosto, ha tenido importante repercusión en la gente, y sobre todo entre los profesionales del derecho que, en su trabajo diario, se encuentran con una legislación decimonónica inadaptable a la situación actual. Las personas respondemos ante esta decisión de los jueces porque nos pone ante una tremenda faceta de nuestra realidad social; una faceta más o menos conocida o intuida, pero que mantenemos larvada, oculta por incómoda, hasta que nos estalla cerca y nos salpica toda su sordidez: el maltrato a los viejos.
La lenta desaparición de la familia tradicional ha ido relegando a los ancianos, haciendo difícil o imposible su cuidado, en caso de dependencia, en los núcleos familiares, ahora tan reducidos. (Supongo pasajera la situación actual, en que la crisis económica ha hecho depender a muchos jóvenes de las pensiones de sus padres o abuelos, volviendo a poner en valor sus caducas personas). Creo que la sociedad es consciente de este problema, de esta asignatura pendiente: redefinir el papel de los ancianos, dependientes o no, en nuestra organización social.
Pero al margen de este tan importante asunto por resolver, por lo que indudablemente nos desazona la noticia es porque nos enfrenta a cuestiones no coyunturales, sino connaturales a nuestra más elemental condición, como el egoísmo y la crueldad. Todos asistimos “horrorizados” a la consuetudinaria ración de barbaridad humana que nos suministran los medios de comunicación: guerras, deportaciones, hambrunas, degollamientos, niños ahogados…; mientras permanecemos impasibles a la realidad de tantos de nuestros viejos, almacenados en residencias para poder ser despojados de sus bienes y dignidad  por sus amantes familiares, con demasiada frecuencia dados al golpe de pecho y al padrenuestro. Residencias en las que, tengo para mí, la idiotez suele ser método para la supervivencia a que nos obliga el instinto.
Y es solo, repito, cuando nos toca de cerca, cuando sentimos hasta donde puede llegar la miseria humana.


 


       






1 comentario:

  1. Síntoma, todo ello, de la enfermedad que padece la sociedad -cualquiera, que para el caso es lo mismo- en la cual, se ha producido el alejamiento progresivo de lo humano en pos de una triste victoria pírrica colmada de estímulos sensoriales y vanalidades. La maquinaria no cesa.

    Gracias por estas reflexiones que las hago -ya adelanto- totalmente mías.

    Por cierto, aprovecho la ocasión para encomendarle que, usando las ventajas indudables que la tecnología nos brinda habilite (si no lo ha hecho ya) un comando para poder seguir sus entradas de forma tal que lleguen directamente a mi cuenta de correo electrónico.

    Muchas gracias y reciba un fuerte abrazo.

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