domingo, 29 de noviembre de 2015

Horror y grandeur










E
sta vez ha sido en Francia. Los fanáticos han vuelto a matar y a matarse en el nombre de Dios. Qué difícil asunto. Qué viejo y difícil asunto este de los poseedores de la verdad revelada. Qué difícil cuando, además, esto se mezcla con petróleo y dinero; en estos nuevos escenarios de drones y guerras a distancia, donde se destruyen países sin mancharse las botas ni las manos.  
Y el presidente Hollande ha resurgido del gris, se ha subido a la grandeur y ha puesto a los enfants de la Patrie en busca del jour de gloire, tocando a rebato por todo el mundo en reclamo de aliados en la venganza de la Francia herida. Y Sarkozi se reconcome, y la Le Pen se tira de los pelos, ¡qué injusta es la vida!: un sociata con aspecto de pingüino aburrido les arrebata el papel con el que han soñado toda su vida, el que les corresponde a ellos en el orden natural de las cosas.
La eficacia del nacionalismo francés es de sobra conocida. No es Hollande llamando a rebato, ni la Marsellesa tonando lo que me estraga. Lo que me satura y me aburre son esos políticos, periodistas y tertulianos españoles que, enaltecidos y arrobados por la grandeur gala, lloran la desventura de nuestra endémica cojera patriótica; lloran el recelo hispano para unirse bajo la bandera y la Marcha Real. A estos llorosos habría que recordarles que aquí la patria y la bandera siempre han tenido amos. No hay más que oírlos. Entre la generación que ahora llega a dirigir la colectividad están los hijos de los que lograron reinventarse, entre otros conceptos, el de patria; superando lo que se decía en aquella cosa que llamaban “Formación del Espíritu Nacional.” Solo en estos hijos puede estar nuestra esperanza.
No sé a cuántos franceses la letra de la Marsellesa les sonará adecuada a la situación; espero que no a muchos. Creo, quiero creer, que una mayoría piensa que hay matices que la grandeur debe considerar en este asunto. La sangre impura para abrevar sus surcos, ahora, es de “ciudadanos” con pasaporte francés, nacidos y educados en La France. Algo se habrá hecho mal. Creo, quiero creer que Francia sigue siendo un país de libertad, el país de la libertad en el que tantos europeos hemos creído; a pesar de nuestra historia común, tan trastabillada, con tanto recoveco lleno de viejas cuentas.
Se me hace difícil creer en la utilidad de responder al horror con el horror. Puede que lo que esos llorosos hispanos han dado en llamar “el buenismo de la izquierda” no sea suficiente, puede. Pero la única evidencia es el fracaso de los métodos utilizados hasta el momento en la lucha contra el integrismo islámico. Lo que sí conocemos es el precio de aquella aventura del esperpéntico Aznar. Lo que sí conocemos son las consecuencias de que los poderosos se repartiesen el mundo tras las Grandes Guerras.



  

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