viernes, 15 de enero de 2021

Derribo

    





Las ruinas tienen la tristeza cálida de la decadencia. Las demoliciones no, las demoliciones suelen dejarnos un sabor agrio de desesperanza y abuso, entre ese olor que emana de los más oscuros recovecos del alma.

En el muro ha quedado grabada vida humana, el dibujo inciso de las escaleras por las que bajaron los últimos ataúdes y por las que alguien hace hoy subir sus dineros. Colores de distintas épocas, gustos diferentes, ecos de una lejana queja de parturienta, del primer llanto de un bebé, de un bisbiseo de letanías entre las cuentas apoyadas en el frufrú de un mandil…

En nuestro tiempo, nada mejor suele substituir a lo derribado.  

 

 

 

 



domingo, 10 de enero de 2021

La gran nevada del encierro

 








 

Con más o menos base científica claman hoy en el mundo los profetas del catastrofismo: plagas, pandemias, deshielos, inundaciones, sequías, incendios, desertificación, hundimientos del terreno, erupciones volcánicas, migraciones humanas, huracanes… Todos los días tenemos en la prensa alguna nueva aportación a este caos global. Creo que a estas alturas caben pocas dudas sobre las graves consecuencias de la sobreexplotación del planeta, pero los ciudadanos de a pie, con tan solo el sentido común, si existe, no somos capaces de poner esas alarmas en su justo punto y medida.

Recuerdo a un profesor del colegio que, por los años del bachillerato elemental de entonces, nos hablaba del inminente agotamiento de los combustibles fósiles, y ponía la única esperanza razonable en la energía nuclear de fusión. De esto hace más de sesenta años y los humanos siguen quemando petróleo, cada día más, siguen usando la fisión sin apenas dominio de sus peligros, mientras que poco han debido avanzar en el control de la fusión. Esto sucedía por aquellos años en que mi compañero de colegio Serafín Mendoza “inventó” el motor de agua.

Digo yo que alguna base hay para un cierto y prudente escepticismo respecto a tan apocalípticos anuncios, sin caer en absurdos negacionismos. Pero a servidor, como a tantos, esta pandemia le tiene prácticamente encerrado desde el pasado mes de marzo. Tuvimos después una primavera lluviosa como pocas, no hubo invierno, en noviembre vi con inquietud ─no es la primera vez─ florecer los ciruelos en la sierra madrileña, y hoy, a nueve de enero, me rodea la mayor nevada que he visto en mi vida. Digo yo que también hay alguna base para la preocupación. Digo yo.

Vivo el encierro pandémico con absoluta conciencia de mi condición de privilegiado, más que nada por poder disfrutar de un trozo de mundo donde observar la vida. He trabajado desde niño hasta el retiro, y ahora vivo cómodamente de mi pensión. Tengo la sensación de que, en comparación con gran parte de mis conciudadanos, he recibido más de lo aportado. Esta conciencia de injustos repartos supongo que es común a los que están, estamos, en la izquierda política. Y digo esto por colocarme ante la otra gran pandemia que nos acecha, y a esta sí que la conozco, esta es real, seguro, la he, la hemos, vivido y sufrido los de mi edad durante la infancia y juventud.  De un tiempo a esta parte tenemos que volver a escuchar las viejas estupideces, las viejas monsergas, las viejas amenazas con el índice apuntando. Creíamos, ingenuos, que la bestia estaba derrotada, y no, regresa para “salvar” de nuevo a la patria amenazada.

Lo preocupante es que, en épocas de aflicción, esta infección puede salir de los sectores sociales que le son propios, de sus caldos de cultivo habituales, y extenderse entre los humildes angustiados que ponen oído a las altisonantes falacias. Tenemos experiencia histórica del asunto. Pongamos la esperanza en el sentido común del pueblo llano. Y en la ciencia. Mientras disfrutamos con las interpretaciones del mundo que nos hacen los artistas. No hay otra. 





  

  

 

  


jueves, 7 de enero de 2021

Día de frío y pandemia








 

En un momento todo está nevado. Hace unos minutos miraba por la ventana a unos mirlos que rebuscaban semillas en la hierba. Se veía un día gris y frío, pero paseable. Me he entretenido un rato con la reciente luz blanda de Ezequías Blanco, y cuando he decidido salir a caminar veo todo nevado. Ha sido en un momento.

 

La física manda: corta la piel

y deja al descubierto lo perdido

por detrás de esta tierra de luz blanda.




                                        

Hoy no hay paseo. Seguiré con el poeta del entrañable Paladinos, un ratito, que hay mucho hospital en la luz blanda. Me hace guiños la bohemia de Emilio Carrére desde esa preciosa Ruta emocional de Madrid que ha editado La Felguera. Quizás sea mejor compañía para este día de frío y pandemia.


Una jarra

pintada de Talavera,

-vino espeso y peleón-.

La guitarra,

errabunda y lastimera,

del mesón,

y una lágrima colgando

del bordón. 








sábado, 2 de enero de 2021

Margarit

 



Joan Margarit

compagina momentos flectores y metáforas. Herramientas e interpretación del mundo. No parece que el esfuerzo cortante de esta pandemia le haya afectado mucho, parece incluso agradecer tan productivos confinamientos. Tendrá dispuestas las armaduras pertinentes en el lugar adecuado. Creo entenderle que también las tiene para hacer frente al paso que a su edad hay que considerar, y solo considera la trivialización del paso. Todos nos asimos a imágenes remotas que usamos como símbolos, él a la de su abuela meando junto al camino, de pie, con las piernas abiertas bajo la falda. Reconforta, algo, que una figura como Margarit fructifique en la escombrera de una profesión tan frecuentemente unida al poder, al dinero, a la corrupción y a las vanidades. Lávela el chorro de su abuela.