Con más o menos base
científica claman hoy en el mundo los profetas del catastrofismo: plagas,
pandemias, deshielos, inundaciones, sequías, incendios, desertificación,
hundimientos del terreno, erupciones volcánicas, migraciones humanas, huracanes…
Todos los días tenemos en la prensa alguna nueva aportación a este caos global.
Creo que a estas alturas caben pocas dudas sobre las graves consecuencias de la
sobreexplotación del planeta, pero los ciudadanos de a pie, con tan solo el
sentido común, si existe, no somos capaces de poner esas alarmas en su justo
punto y medida.
Recuerdo a un profesor del
colegio que, por los años del bachillerato elemental de entonces, nos hablaba
del inminente agotamiento de los combustibles fósiles, y ponía la única
esperanza razonable en la energía nuclear de fusión. De esto hace más de
sesenta años y los humanos siguen quemando petróleo, cada día más, siguen
usando la fisión sin apenas dominio de sus peligros, mientras que poco han
debido avanzar en el control de la fusión. Esto sucedía por aquellos años en
que mi compañero de colegio Serafín Mendoza “inventó” el motor de agua.
Digo yo que alguna base hay
para un cierto y prudente escepticismo respecto a tan apocalípticos anuncios,
sin caer en absurdos negacionismos. Pero a servidor, como a tantos, esta
pandemia le tiene prácticamente encerrado desde el pasado mes de marzo. Tuvimos
después una primavera lluviosa como pocas, no hubo invierno, en noviembre vi
con inquietud ─no es la primera vez─ florecer los ciruelos en la sierra
madrileña, y hoy, a nueve de enero, me rodea la mayor nevada que he visto en mi
vida. Digo yo que también hay alguna base para la preocupación. Digo yo.
Vivo el encierro pandémico
con absoluta conciencia de mi condición de privilegiado, más que nada por poder
disfrutar de un trozo de mundo donde observar la vida. He trabajado desde niño
hasta el retiro, y ahora vivo cómodamente de mi pensión. Tengo la sensación de
que, en comparación con gran parte de mis conciudadanos, he recibido más de lo
aportado. Esta conciencia de injustos repartos supongo que es común a los que
están, estamos, en la izquierda política. Y digo esto por colocarme ante la
otra gran pandemia que nos acecha, y a esta sí que la conozco, esta es real,
seguro, la he, la hemos, vivido y sufrido los de mi edad durante la infancia y
juventud. De un tiempo a esta parte
tenemos que volver a escuchar las viejas estupideces, las viejas monsergas, las
viejas amenazas con el índice apuntando. Creíamos, ingenuos, que la bestia
estaba derrotada, y no, regresa para “salvar” de nuevo a la patria amenazada.
Lo preocupante es que, en épocas
de aflicción, esta infección puede salir de los sectores sociales que le son
propios, de sus caldos de cultivo habituales, y extenderse entre los humildes
angustiados que ponen oído a las altisonantes falacias. Tenemos experiencia
histórica del asunto. Pongamos la esperanza en el sentido común del pueblo
llano. Y en la ciencia. Mientras disfrutamos con las interpretaciones del mundo
que nos hacen los artistas. No hay otra.