jueves, 12 de octubre de 2017

Sueño








—Es una vergüenza, esto no se lo merece un pueblo serio y trabajador como el nuestro. ¡Y se llaman socialistas!— sentencia don Fermín, el boticario, en la taberna de Colás, con una vehemencia inusitada para su reposado y sentencioso hablar cotidiano.
—¡Cuidao!— Es la voz de aguardiente de Andrés, el carnicero, trastabillante ya a esas horas de la tarde. —Queso lo ha hecho un so so socialista, no los so so socialistas. ¡Cuidao!—
—Lo mismo me da que me da lo mismo, Andrés, es el alcalde, es socialista y representa a los socialistas; y para desgracia nuestra al pueblo entero —apostilla don Fermín con firme acción de su mano derecha.
—Como caiga me descojono— dice, más para sí que para la concurrencia, Javierín, el Jipi.
Hace días que en el pueblo no se habla de otra cosa. Desde que los concejales del PP han filtrado la noticia los vecinos están soliviantados. El alcalde ha llegado a ser agredido por la oposición en un tumultuoso pleno y lleva cuatro días encerrado en su casa, sin atreverse a salir.
—¡Con las necesidades que tenemos! ¡Un gran pecado, una imperdonable frivolidad!— ha tonado en el púlpito el curilla que ha sustituido al anciano don Tomás.
—¡Un 1,8 por ciento de nuestro presupuesto!— afina Vicente, el atildado administrativo de la sucursal de La Caixa.
—Y yo sin cobrar la reforma de la plaza— dice Aniceto, el contratista.
—Como caiga, me meo de risa— piensa Javierín, tras el humo de su porro.
—No, si esto no queda así, no. Ya lo hemos denunciado. Se va a enterar el rojo este— avisa Paco, el exalcalde pepero.
Y fue precisamente Genoveva, la mujer de Paco el pepero, la primera en darse cuenta, escuchando la radio en la mañana del día veintidós, al oír el número que ya todo el pueblo conocía.
—Son doscientos mil euros por habitante— calcula Vicente, pálido.
—Son quinientos millones del pueblo ¡Cuidao!—objeta Andrés.
—No podemos dejar ese capital en manos iletradas e inexpertas— sentencia el boticario.
—Lo primero es la santa madre Iglesia, remediadora de necesidades— dice el curilla.
Y Javierín se descojona mientras se enciende otro porro.
 Y el alcalde, con el secretario y el cabo de la guardia civil, entre aplausos de vecinos, periodistas y fotógrafos,  se va a la capital a ingresar en la cuenta del Ayuntamiento los ciento sesenta billetes del primer premio de la lotería de navidad, ese número con el que había soñado su señora.  
    
          

       

No hay comentarios:

Publicar un comentario