Si
pudiese escribiría pero la niebla se extiende por mi cerebro y me inutiliza
creando cortocircuitos que confunden mi memoria y alteran las respuestas de mi
cuerpo y me desorientan esta niebla que se retira a ratos para hacerme
consciente de mi situación y que regresa pronto para no dejarme escribir ni
leer ni pensar y está la angustia esta angustia que no me suelta que tengo aferrada
a la garganta desde el momento que me metieron aquí y me sentaron en este expositor
con los distintos modelos de agonía y demencia y abandono con este olor este
olor este olor los vi marcharse en un momento en que la niebla solo me dejaba
preguntar por qué por qué por qué crucé la puerta arrastrando la náusea en imposible escape y en un árbol cercano vomité todo menos este olor este olor
sentí una mano en mi espalda y alguien que me decía nuevo eh lo peor es el olor
sí yo pensé que no podría soportarlo y ya ves llevo aquí más de un año te
acostumbras lo que no se puede es pensar aquí no se puede pensar hay que
aprender a no pensar este no es sitio para pensar ni esperar nada no es sitio
para esperar sí si pudiese escribiría sí escribiría me cuidaban en mi casa
aquellas personas humildes me cuidaban en mi casa entre mis libros mis papeles
mis cuadros mis fotos mis tonterías de viejo senil que cruel anticipo de la
muerte quizás sea ya la muerte esta prisa esta profesionalización esta manipulación
de ruinas desgajadas de su mundo y algo de bondad de vez en cuando como en
todas partes algo de bondad pero hay cosas que solo se soportan endureciendo el
alma y con un rictus de amabilidad para el viejoniño el imbécil el niñoimbécil
quizás si pudiese escribiría si la
niebla me dejase escribiría aunque a veces me parece que deseo la niebla la
niebla y no recordar y no saber y no preguntarme y no esperar dejar que la
niebla me inunde no resistirme no hay resistencia posible a este horror
sábado, 14 de diciembre de 2013
sábado, 7 de diciembre de 2013
¿Quién llora a Nelson Mandela?
No,
no le corresponde a usted llorar la muerte de Nelson Mandela; no es usted la
persona indicada; ni usted ni nadie de los suyos. No es que yo piense que sus lágrimas
sean de cocodrilo, no, estoy seguro de que el llanto de usted es sincero, más o
menos sincero. Así de grande ha sido lo conseguido por Mandela: usted y los suyos han
incorporado a su forma de pensar algo de las doctrinas del negro de pelo
blanco. Gran victoria del negro de pelo blanco. No ha sido este un convencimiento dialéctico, ninguno lo es con ustedes, ha sido
una pequeña gran batalla ganada en la eterna y desigual lucha contra ustedes. A
ustedes hay que arrancárselo todo, ustedes no dan nada; y ante ustedes hay que
mantenerse siempre vigilantes para no perder lo conseguido. No, no son ustedes,
ni los de cuna ni los de opción, las personas indicadas para llorar a Nelson Mandela.
miércoles, 27 de noviembre de 2013
Ni es cielo, ni es azul
En mi familia, de la
generación de mis padres, solo queda con vida una hermana de mi madre. Tiene
noventa y cinco años y en su cerebro, brillante en otro tiempo, hoy solo hay
confusión y desmemoria. El lunes pasado, en una clara mañana de otoño,
estaba yo sentado con ella en un banco de la madrileña plaza de Olavide, en el
espacio ajardinado que dejó libre la demolición del mercado que proyectó Javier
Ferrero. Grupos de ancianas, más o menos lúcidas, más o menos autónomas en sus
movimientos, se reúnen en el parque a la llamada del sol, mientras sus
cuidadoras sudamericanas forman tertulias.
Hablo
a mi tía, tan anciana, consciente del privilegio de hacerlo, tratando de crearle conexiones con el pasado que se le
escabulle. En un determinado momento una de sus manos se alza hacia
el cielo despejado y luminoso, y del caos y la niebla de su memoria surgen unos
versos perfectos de entonación y ritmo:
Porque
ese cielo azul que todos vemos
ni
es cielo, ni es azul. ¡Lástima grande
que
no sea verdad tanta belleza!
Durante
unos momentos no puedo hablar. Los últimos versos del soneto de Don Lupercio me
han llegado como una premonición de la anciana ante algo que me duele, algo que ella ignora y yo
conozco.
Ahora, tengo
en las manos el libro donde mi madre y mi tía aprendieron este soneto; entre
sus páginas aún hay apuntes y dibujos de las dos hermanas. Me lo dio mi madre
allá por mi segundo de bachillerato y nunca me he separado de él:
LA HSTORIA LITERARIA EN LOS TEXTOS
POR
JOSÉ ROGERIO SÁNCHEZ
PRIMERA EDICIÓN
MADRID 1933
martes, 26 de noviembre de 2013
El regreso de Adelina Prieto
A
|
miércoles, 30 de octubre de 2013
Ascetas, moriscos y mudéjares
que, si color moreno en mí hallaste,
ya bien puedes mirarme
después que me miraste,
que gracia y hermosura en mí dejaste.
Las interpretaciones
pueden ser muchas, pero aquí y ahora es la estrofa que me acude.
Es fácil también rememorar
los versos al Único, los cantos de los sufíes murcianos del siglo XIII, lanzados,
disparados al cielo como las palmeras huertanas; imágenes, símbolos
que tres siglos después utilizará San Juan.
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martes, 15 de octubre de 2013
Paisaje con grúas
Está
detenido. En un calabozo. Preso. No puede entenderlo. Su cerebro es incapaz de
pensar con orden y salta de una a otra idea, de un recuerdo a otro, fogonazos
que van iluminando pasajes de su vida. Aquello no podía durar, no tiene
sentido, él tiene amigos, sus jefes tienen poder, conocen gente, esto se solucionará,
se tiene que solucionar. Es la envidia, solo puede ser la envidia, siempre le
han envidiado. De aquel frío terrible de la casa de sus padres en Vallecas pasó
a su chalet en Majadahonda, a su Audi, a sus buenos ahorritos en el banco, a
sus viajes; y muchos no se lo perdonan. Es la envidia, sí, seguro que es la
envidia, denuncias de los envidiosos, de los que no han podido lograr lo que él
ha conseguido. Sí, él no es muy listo, siempre lo ha sospechado, bueno, lo ha
sabido; de hecho no fue capaz de terminar la carrera en la que tanta ilusión y
esfuerzo habían puesto sus padres; pero nadie puede decir que no sea
trabajador, y servicial, y fiel a sus superiores. Él supo ganarse la confianza
de sus jefes con su trabajo sin horarios, con su trato respetuoso, con su plena
disposición. De todo esto no andarán muy lejos los sindicalistas, sus enemigos
de siempre, los que tantas ganas le han tenido, esa gente cerril, incapaz de
entender el valor del esfuerzo y del afán emprendedor para crear riqueza, para
subir en la vida. Pasó años duros hasta que don Francisco le llamó un día y le
habló de la confianza que la empresa tenía en su laboriosidad y en su honradez,
por lo que el Consejo de Administración había decidido ofrecerle el puesto de jefe
de personal y apoderado de una de las
sociedades. Fernández, estamos orgullosos de usted y agradecidos por su
dedicación a la empresa, que es deudora de su esfuerzo; esas fueron sus
palabras. Al día siguiente tenía un despacho en la planta de dirección y para
don Francisco dejó de ser Fernández y pasó a ser amigo Luis. Y cambió su vida,
y en poco tiempo aprendió a ver el mundo desde el otro lado. Lo que no
consiguió fue que su mujer aceptase su nuevo estatus. Desde una vez que pasaron
un fin de semana invitados en la finca de don Francisco, María le dejó claro
que a ella no le interesaban sus nuevas amistades ni sus lujos, y que ella -
según decía - no hacía de monaguillo de nadie. Siempre tuvo mucho orgullo. Ante
el juez y los abogados todo ha sido confusión. Apenas ha podido balbucear, era
un torrente de preguntas y documentos con su firma. No es que él pensase que
todo en la empresa fuese claro, no, él ya sospechaba de algunas cosas, bueno,
sabía de algunas, de muchas cosas; pero era lo normal, todos los del gremio lo
hacían. Tú sigue firmando, gilipollas, que terminarás en la cárcel; fue lo que
le dijo María antes de salir de casa cargada con sus maletas. Don Francisco no
le dejará en la estacada, aclarará las cosas. Tiene poder. Siempre le ha
respondido. Don Francisco le entiende, salió también de abajo, siempre se lo ha
dicho: todo empezó con las bragas que vendía mi madre en su mercería. Hace ya
cinco años que María le dejó. Luego vino el lío del divorcio, en el que tanto
le ayudó el abogado de la empresa. Después compró el chalet y se fue a vivir
con Dolores, la secretaria que le puso don Francisco. Por cierto, que no ha
visto a Lola en el juzgado, es raro; tampoco ha visto a nadie de la oficina,
claro que con los nervios no podía ver a nadie. El abogado le ha dicho que esté
tranquilo, y se ha ido a su casa. Y a él le han encerrado en este calabozo. Que
esté tranquilo, tiene gracia. Quizás debió hacer caso a María; siempre fue más
lista que él, sí, ella las veía venir; pero con tanto orgullo no se sale de
pobre. A sus padres tampoco les gustó nunca su prosperidad. No le recriminaron
nada, pero era claro que no les gustaba. Su madre se limitaba a decir: hijo,
abre el ojo y esparrama la vista. Después murieron, uno tras otro, en poco
tiempo, en su casa de Vallecas, la de los fríos de la infancia. A él le hubiese
gustado ayudarles, pero siempre se encontró con aquel: hijo, nosotros no
necesitamos nada. Ahora no sabe ni qué hora es. Está sin reloj. Solo. En un
calabozo. Preso.
sábado, 28 de septiembre de 2013
La ascensión de Remedios, la bella
La
tradición y dogma católico de la Asunción es un tema con enormes posibilidades
expresivas, y así lo atestigua la profusa utilización que los artistas han
hecho de él a través de los tiempos. Supongo que es la faceta amable de un
asunto tan difícil y espinoso para los teólogos como es la resurrección de la
carne. Ahí es nada.
Úrsula,
ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad para identificar la naturaleza
de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a
Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante
aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de
los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a través del aire donde
terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los
altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria.
Pensemos,
como ejemplo, en uno de los primeros grandes cuadros que el Greco pinta en
España (desgraciadamente se vendió a los yanquis), me refiero a la Asunción
para el retablo de Santo Domingo el Antiguo, en Toledo. Debemos suponer que
durante su estancia en Venecia Doménikos había visto el Ticiano de Santa María
dei Frari, pintado medio siglo antes; parece claro que el cretense se basa en
él, pero me atrevo a asegurar que lo supera, abriendo con esta obra mil caminos
a la pintura posterior, incluida la suya propia.
Pero hay
en nuestro tiempo una asunción de una fuerza plástica excepcional: García
Márquez, durante sus Cien años de soledad, hace ascender a los cielos a
Remedios, la bella.
Quizás deba decir ascensión y no asunción, pues nada se nos
dice de ayudas externas. Y digo que el ascenso es a los cielos porque en nuestra
cultura llamamos cielos al fin de ascensiones y asunciones, como avernos al de
los descensos. La belleza absoluta de Remedios, ajena a las pasiones de los hombres, sube
orlada por el vuelo del blanco de las sábanas escapadas de su natural
cotidianeidad. En el mundo Macondo, el mundo en que nos introduce D. Gabriel,
Remedios, la bella, asciende con naturalidad, como la consecuencia propia de su
condición.
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sábado, 21 de septiembre de 2013
Los Dedos de Dios
Este
verano paseaba un día por la lonja de la catedral de Astorga y estuve un rato
mirando la puerta que se abre al mediodía, aquella a la que se condenó a estar
siempre frente al absurdo Palacio Episcopal. Pensaba en el autor de la portada,
el trasmerano nacido en Rascafría Rodrigo Gil de Hontañón, que se anduvo media
España llenándola de piedras labradas y aparejadas a lo romano, dejando atrás
la Edad Media.
De
pronto un detalle me llamó la atención y me acordé de una historia escuchada
años atrás. La oí una de esas tardes del mes de octubre en las que todavía se
busca la sombra. Una y otra, historia y
sombra, las encontré bajo los rojos y amarillos de una parra en el patio de una
taberna en un pueblo cercano a Astorga, por donde andaba yo en mi habitual búsqueda
de lo que no existe.
……………………………………………………………………………….
En una mesa contigua unos paisanos parecían
pasarlo bien recordando lo escuchado a padres y abuelos sobre un tal Atalo Turienzo. Aquello prendió
mi curiosidad pues me parecía una de esas historias que se van conformando de
filandón en filandón, con el adobo del tiempo y el ingenio del pueblo, por lo
que pasé a contertulio de mis vecinos mediante un peaje de vino y chorizo.
Atalo
era natural de C…, pero desde muy joven vivió en Astorga, donde su padre era
sacristán de la catedral. Desde niño se distinguió por sus habilidades
acrobáticas y las desarrolló ayudando a su padre en la limpieza de los
elementos menos accesibles del templo. Pronto se hizo imprescindible en el aseo
de cornisas entablamentos y retablos, y pasó muchos años haciendo equilibrios
entre las narices griegas de los personajes de Don Gaspar Becerra. A la muerte del sacristán el hijo heredó el
cargo aunque por su inclinación siguió colgándose de las cuerdas,
querubín del plumero, volatinero entre la divinidad, el santoral y los
elementos arquitectónicos.
Quizás
por su habitual convivencia con lo divino en tan etéreas regiones, Atalo fue a
dar en un curioso misticismo. Todo comenzó cuando en su pueblo natal, a donde
acudía con frecuencia, transformó un corral de ovejas en lugar de culto. Los
pocos adeptos iniciales fueron aumentando poco a poco y pronto comenzó a
acaecer lo que suele acaecer en estos casos: luces resplandecientes atravesando
las rendijas del viejo edificio, fragancias emanadas de donde antes solo
trascendía la caca de oveja, sanaciones, imposibles torsiones en los cuerpos, vigores
olvidados en ancianos, fertilidad en menopáusicas, eriales fecundos,
multipartos en el ganado,… esperanza en los desesperanzados. Estos creyentes se
llamaban a sí mismos “Señalados por los Dedos de Dios” y decían tener esos “Dedos”
allí, en una especie de arca que presidía el templo. Llegó un momento en que gentes
de toda la comarca, movidas por fe o curiosidad, llenaban el pueblo los sábados
para asistir a las ceremonias oficiadas en el corral,
que ya se había quedado muy pequeño.
El
párroco de C… llevaba tiempo clamando en el púlpito contra la impostura de esta
competencia sobrevenida. Y anunciaba todas las penas de los infiernos para los que se
atreviesen a acudir, aunque solo fuese por curiosidad, a tan sacrílegas
ceremonias que solo podía presidir Satán. El Obispado comenzó por retirar a
Atalo de sus labores de sacristán, y nombró a un joven canónigo, de buen
currículo, para estudiar el caso y emitir un informe que sirviese de base para
cualquier actuación posterior.
La
apariencia del estudioso sacerdote
respondía a lo que cabía esperar de su historial ejemplar. Su cuerpo alto y
extremadamente delgado parecía anunciar los efectos del sacrificio, la
austeridad, la renuncia y la penitencia. Una enorme nariz roja y goteante, en
eterno constipado, contraída como por un mal olor, era la proa de una sotana
que avanzaba piadosamente escorada de estribor, con cortos y rápidos pasitos, con las manos
unidas y apretadas sobre el pecho, como conteniendo al espíritu ansioso de
escapar a mejores destinos.
D.
Norberto - el canónigo - comenzó sus investigaciones en el pueblo: interrogatorios a
vecinos, citaciones de rebuscado formalismo, amenazas tonantes, liturgia,
aparato y juramentos.
Con
el tiempo el pueblo se habituó a la presencia del “Alimoche” - como ya era
conocido D. Norberto - que por entonces entraba y salía del templo-corral con la
misma frecuencia y naturalidad que de la iglesia. Los dineros de los fieles habían
ido transformando la sede de “Los Dedos de Dios” en un horrendo y pretencioso
armatoste multicolor.
A
mediados de mayo “Los Señalados” convocaron a sus fieles para una ceremonia de
especial solemnidad. El día anunciado la gente comienza a llegar al pueblo temprano,
tomando posiciones en torno al altar instalado frente a lo que fue corral de
ovejas. Larga procesión de iniciados revestidos con sorprendente riqueza.
Atalo Turienzo, capa pluvial y monaguillos, porta el arca con “Los Dedos de
Dios”. Blancas filas de acólitos conducen al oficiante ante el altar. Entre los
concurrentes surge una agitación y un rumor que pronto se hace grito:
¡El
Alimoche! ¡Es el Alimoche!
Desconcierto…
La
secta no duró mucho. El abandono de los desconcertados fieles, la represión de las autoridades civiles y las hábiles maquinaciones de la Santa Madre, terminaron pronto con el sueño místico del titiritero idólatra.
……………………………………………………………………………….
En el
frontón de la portada del maestro trasmerano, la imagen de Dios Padre sostiene
al orbe en su mano izquierda. La derecha, sin dedos, se alza en tronchado gesto
de bendecir.
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domingo, 8 de septiembre de 2013
Paseando los alrededores del pueblo
domingo, 18 de agosto de 2013
Tengo que acordarme...
Tengo
que tratar de acordarme de aquello y escribirlo porque era hermoso y digno de
contar sí era digno de contarse aunque solo sea para sobrellevar lo zafio y lo
vulgar de cada día lo bello puede estar entre lo oscuro entre lo feo pero nunca
mezclado no puede mezclarse la bondad con lo ruin como no pueden mezclarse el
agua y el aceite que se dice hay que tener los ojos abiertos siempre atentos
pues de cualquier sitio puede surgir la belleza lo he consultado con quien
consulto los asuntos de sentido común que es con Luis de Gallur el otro día me
acordé mientras barría pinaza que no es actividad tan fútil como por su
humildad pudiera pensarse Urcisiano Goriz el mozárabe el pensador de las dos culturas que subió de
Sevilla a León lo dijo en el siglo XI antes de que se le cruzasen los cables y
le diese por arrimarse al poder y bajar a su antigua patria nada menos que a matar moros lo
que le valió dineros y un señorío con el título de Conde del Bacillar puede que
por su notoria inclinación al clarete cosa que no aprendió de moros sino de
cristianos digo que dijo antes de estas veleidades bélicas que barrer pinaza
era labor que aliviaba el espíritu y lo propendía a hilvanar las más sutiles tesis
las más etéreas argumentaciones lo mecánico de la actividad liberaba el alma y
las esencias emanadas de las colofonias potenciaban la actividad
cerebral de lo que surgían tan excelentes frutos fructificación que no podía
extenderse al barrido de cualquier otro residuo vegetal al menos no de los que
Urcisiano pudo investigar su curiosidad le llevó a señalar en el mapa los
lugares donde se producía el mejor pensamiento de su tiempo y vio que sus marcas
estaban siempre sobre tierras de pinares tengo que acordarme pues el asunto era
realmente hermoso puede que me acuerde cuando vuelva a barrer pinaza me llevaré
un cuaderno y un lápiz para apuntar que no se me olvide es una pena perder lo
que el alma recuerda o produce cuando se barre pinaza Urcisiano llenó de
pinares el territorio de su señorío lo que produjo hambruna y miseria durante
años pero como la humanidad todo lo aguanta con el tiempo el país fue excedente
de filósofos y piñones los primeros tuvieron reconocimiento en todo el reino y
fueron ellos los que sobre el viejo basamento griego que plantaron los romanos
levantaron la solida estructura del pensamiento patrio los piñones los vendían
en Medina del Campo tostados o frescos donde tenían mucha aceptación actividad
esta que era ejercida por nobles e hijosdalgo toda vez que los pecheros
barredores de pinaza bastante tenían con su enorme producción de libros que eran
exportados a las universidades de toda Europa tengo que acordarme del cuaderno
y el lápiz oigo viento en la ventana y supongo que mañana tendré abundante
pinaza que barrer lo de la escoba es una mera tradición verbal que yo he
recogido en la zona donde dicen que sí que ese magnífico útil de finas pletinas
que se abren en abanico fue ideado por Urcisiano en colaboración con un espadero
toledano para facilitar la labor de los pensantes barredores pecheros que tan buenos
caudales producían al territorio y por ende a las arcas condales no porque la
cantidad en volumen de lo barrido fuese proporcional a la finura de la
producción del intelecto no sino por aliviar el esfuerzo físico de agrupar en
montones las rebeldes hojas aciculares etcétera tengo que acordarme.
sábado, 10 de agosto de 2013
Casas rurales
El
turismo de casas rurales español en
sus distintas acepciones locales, como el bed
and breakfast británico, el turismo
de habitaçao portugués, o las gites
francesas tenía en sus orígenes una pretensión de autenticidad que en el caso
español se ha perdido casi por completo.
Se pretendía vender al urbanita una inmersión temporal en ambientes reales,
los de unas personas que habilitaban parte de sus viviendas para estos fines y
así ayudaban a sus economías domésticas: sea usted por unos días labrador en la
estepa castellana, señorito cortijero en Andalucía, payés en masía catalana,
señor en pazo gallego, invitado de indiano asturiano o de arriero maragato,
huertano en Valencia, castellano en su torre medieval, pescador vascongado,
vinatero riojano… Hoy en día casi todos estos negocios se han
profesionalizado y sus establecimientos son decoraciones, más o menos logradas,
desarrollando una idea preconcebida sobre lo ofrecido. De todas formas sigue siendo una oferta
distinta del hotel convencional, del que solemos esperar lo contrario: una
despersonalizada asepsia que no nos conturbe lo más mínimo, para pasar la noche
en un sueño reparador y largarnos a la mañana siguiente para continuar la
persecución de nuestros imposibles, sin acordarnos de la cama en que hemos
dormido, lo que suele ser buena señal.
Supongo
que los que seguimos buscando los “ambientes auténticos” en este tipo de
alojamientos, lo hacemos por las mismas razones por las que, por ejemplo, nos
gusta rodearnos de trastos viejos, que al fin y al cabo utilizamos como
símbolos evocadores de mundos desaparecidos. No digo añorados, tampoco hablo de inquietudes científicas, hablo del gusto por la
dignidad que el filtro del tiempo otorga a las cosas, en contraposición a la
aparente banalidad de lo moderno por el mero hecho de serlo.
Y los
que en estas andamos podemos encontrarnos con la horma de nuestro zapato. Este
verano planeábamos un viaje familiar y pretendíamos una parada en una pequeña y
agradable ciudad de un país vecino en la que hace unos años lo habíamos pasado
bien, disfrutando de un folclore espontáneo que se manifiesta, al margen del escaso
turismo, en las calles y en las tabernas . Brujuleando en Internet di con algo
realmente apetitoso: una página web, bien montada, ofrecía una preciosa casa
del magnífico barroco de nuestros vecinos. En las fotos de los interiores se
veía con claridad que aquello no era decoración ni acumulaciones de
coleccionista; se trataba de una auténtica casa palacio, con los muebles y los
objetos que el paso de generaciones adineradas va acumulando en edificios con
continuidad familiar. Y allí reservamos habitaciones para pasar unos días.
Encontrarnos
con el edificio no nos defraudó, era realmente magnífico y estaba situado en el
centro de la ciudad que pretendíamos disfrutar. Llamamos a la puerta y al cabo
de un rato, que nos pareció largo, se abrió una chirriante rendija por la que
una anciana asomaba su nariz interrogante. Un amplio zaguán daba paso a una
escalera de piedra berroqueña con balaustres barrocos, por la que ascendimos
siguiendo a la señora. En la penumbra de un salón de alto techo de artesa en
color añil, pude intuir, más que ver, buenos muebles y buenos cuadros. La
anciana pronunció unas breves palabras a modo de bienvenida y presentación de
la casa, en la que su familia - dijo – había vivido durante ocho generaciones.
Yo sentía una sensación de incomodidad, quizás desasosiego, y mirando a mi familia veía en sus
caras la misma sensación. A la falta de luz se unía un aire pesado y un olor… olía…
¡olía a alcantarilla! La señora nos condujo a las habitaciones a través de
oscuros salones y pasillos por los que vimos cruzar furtivamente, ocultándose a
nuestro paso, sombras de seres que nos parecieron deformes. La dama, solícita,
nos enseño los cuartos y abrió las camas. Reuniendo ánimo logramos decirle que
solo nos podíamos quedar una noche.
Las
habitaciones eran amplias y los cuartos de baño nuevos y cómodos. En la nuestra
había una cama decimonónica con preciosos dibujos de marquetería y sábanas de
hilo bordadas y almidonadas; sobre una cómoda de cerezo un buen crucifijo del
XVIII con unas siemprevivas, un aguamanil de loza y una bandeja con vasos y
botellas de agua; los objetos reposaban sobre coquetos paños bordados.
Completaban el mobiliario unas mesillas parejas de la cama, dos descalzadoras,
unas sillas y un buen armario de luna en el hall que precedía al dormitorio.
Todo estaba limpio y cuidado, pero en el aire se seguía sintiendo la sensación
de pesadez. Descorrí cortinas y visillos y levanté la ventana de guillotina,
solo allí vi suciedad y bichejos que escapaban, hacía mucho tiempo que no se abría.
El aire y la luz dieron vida a la habitación.
Después
de lavarnos dejamos los cuartos con la intención de visitar la pequeña ciudad.
El edificio nos oprimía y estábamos deseando salir. Fuimos atravesando las oscuras estancias y
nuestra anfitriona nos salió al paso. Le hablamos de la digna vetustez de la
casa y se ofreció a enseñarnos algunas zonas de interés. Recorrimos salones y
dependencias escuchando referencias apasionadas a las distintas opciones monárquicas
por las que, a lo largo de los siglos, habían optado los antepasados retratados
en los cuadros, sin la menor referencia a la ya vieja realidad republicana del país.
Colecciones de objetos orientales traídos por familiares dedicados al
funcionariado o al comercio en tierras lejanas, llenaban vitrinas. Me llamó la
atención una preciosa capilla con un retablo de recargado barroquismo y sabor americano. Me hubiese
gustado preguntar a la señora la razón por la que esa casa permaneciese intacta
después de tantas guerras, saqueos, repartos, herencias y testamentarías como
podían presumirse; pero no me atreví, temiendo largas explicaciones; queríamos
coger la puerta cuanto antes y salir a llenar los pulmones de aire limpio,
libertad y alivio.
A la
mañana siguiente nos esperaba un magnifico desayuno, servido con gusto exquisito
en un comedor con alacenas de nogal repletas de vajillas antiguas. A nuestra
espalda sentíamos revolotear las sombras, como atentas a satisfacer nuestro
menor deseo. Lo que he llamado pesadez del aire, algo complejo que soy incapaz
de definir, no nos dejaba disfrutar del desayuno preparado con evidente interés
y sabiduría. Como no nos dejó disfrutar de esa extraordinaria casa que
permanecerá en nuestra memoria.
En la
siguiente ciudad fuimos derechos a un hotel del que ya no recuerdo detalles y
que dentro de nada no existirá en mi cerebro.
Sé que volveré a las andadas.
viernes, 9 de agosto de 2013
La Maragateria y la Alta Somoza
La
Baja Somoza– La Maragatería - mira al llano en que comerciaban sus trajineros.
En sus pueblos, las grandes casas de los arrieros son restauradas y mantenidas
con el apego de las gentes al lugar de sus mayores y los dineros del comercio del pescado
y la carne en Madrid. La piedra de sus muros se va rejuntando con morteros de
cal teñida con ocre, y las carpinterías de puertas y ventanas – con huecos
recercados en blanco – se pintan de azul, verde o rojo; velando los cristales con la labor femenina de visillos primorosos. (Sospecho que muchas de las
maneras usadas hoy en día para restaurar estas casas, fueron puestas de moda
con la restauración de Castrillo por la Administración). El paso del Camino de
Santiago ha ayudado a la conservación de estos pueblos, generando una actividad
económica que ha permitido la adaptación de muchas casas para el turismo rural
y los albergues de peregrinos. En las fiestas del verano se siguen sacando de la naftalina del arca los viejos ropajes, para agitarse en zapatetas al ritmo del
tamboril y la chifla.
En las restauraciones de la Baja Somoza los esmaltes sintéticos incorporan colores sorprendentes. Murias de Rechivaldo. |
Importantes casas de arrieros han sido habilitadas para la hostelería. Murias de Rechivaldo. |
Lucillo, Alta Somoza |
Lucillo |
Restos de cubierta de cuelmo. Lucillo |
Cumbrera en cubierta de losas pizarrosas. Lucillo |
Lucillo |
Tanta
diferencia entre estas dos zonas es reciente. Aparte de las casas de los
trajineros acaudalados, las viviendas del común de la gente debían de ser
bastante similares en las dos Somozas. Concha Espina escribió su Esfinge
Maragata en 1914. Parece ser que estuvo pocos días en el país, y solo visitó
los pueblos del entorno inmediato de Astorga. El escenario de la novela es una
casa importante, venida a menos, en un pueblo de la Baja Somoza; donde, tras el
fin de la arriería, los hombres han mantenido la tradición de salir del pueblo
a buscarse la vida, dejando a las mujeres el brutal trabajo de mantener la
hacienda y sacar cosechas de tierra tan yerma. Se ha querido identificar su
Valdecruces con Castrillo de los
Polvazares, y si es así son significativas las impresiones que causó en la
santanderina el hoy tan retocadito pueblo:
Después,
dando sombra a los ojos con las dos manos, vio surgir débilmente el diseño
borroso del humilde caserío, techado con haces secas de paja amortecida,
confundiéndose con la tierra en un mismo color, agachándose como si el peso de
la macilenta cobertura le hiciese caer de hinojos a pedir gracia o
misericordia. En aquella actitud de sumisión y pesadumbre, las casucas
agobiadas, reverentes, exhalan un humo blanco y fino que parecía el incienso de
sus votos y oraciones.
……………………………………………………………………………….
El “crucero”
es un punto céntrico del lugar, donde convergen cuatro calles anchas y
silenciosas, de edificios ruines con techados de cuelmo, pardos y miserables
como la tierra y el camino: una gran cruz labrada toscamente, ceñida en el
suelo por un amago de empalizada, corrobora el nombre de la triste y muda
plazoleta.
La prosa de doña Concha
deja claro que, hace cien años, el aspecto de Castrillo era muy diferente del
que hoy ofrece el protegido conjunto. En la tristeza de las ruinas de la Somoza
Alta podemos encontrar las imágenes perdidas de estos pueblos de la Baja Somoza,
favorecidos por el albur y otras circunstancias.
Pobladura de la Sierra, Alta Somoza. |
martes, 16 de julio de 2013
Antonia, la Manolona
En el
blog sobre la obra del claretiano D. Francisco Rodríguez Pascual (1927-2007), se publican
unas fotos sobre indumentarias femeninas de su pueblo - Carbajales de Alba - realizadas hacia 1930.
En
una de ellas podemos ver a una espléndida mujer vestida con los ropajes de su
tierra y adornada con unos versos del también carbajalino D. Ignacio Sardá Martín (1915-1979):
Carne
brava, siempre llena
de
baile, ardores y brillos
que
aprisionan los justillos
y van
en aires y voleos
al
garbo de los manteos
y
luces de picadillo.
Dicen
que se trata de Antonia, la Manolona. Y no me resta más que felicitar a sus descendientes.
Voluptuoso, el mariólogo. D. Ignacio sabe de lo que habla...
Voluptuoso, el mariólogo. D. Ignacio sabe de lo que habla...
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