miércoles, 13 de marzo de 2013

Ainielle, de nuevo








 

 

Releo la hermosa lluvia amarilla de Julio Llamazares. Las sombras de Sabina y Andrés, en la desolación de Ainielle, parecen acomodarse a este día de mediados de marzo que ha amanecido blanco, con una heladora ventisca que amontona nieve en los rincones. Ayer ya era primavera en la algarabía de los pájaros y en el verde de las yemas, y hoy el invierno vuelve a meterme en casa, tras la ventana, viendo el trabajo del jardín cubrirse de nieve, con todo el frio de Ainielle.    

El talento del leonés ha hecho de las ruinas del pueblecito oscense lo que ahora llaman un lugar de culto. Desde hace años las gentes peregrinan al escenario del relato que les ha conmovido, participando en la creación de lo que ya es mito o referente del abandono del medio rural y la desaparición de las culturas campesinas.

Paralelamente tengo a mano Ainielle. La memoria amarilla, de Enrique Satué. El autor es descendiente de Ainielle. El cariño al pueblo de su madre, los recuerdos de la infancia y las consecuencias de la publicación de La lluvia amarilla, le han llevado a escribir este libro, amalgama de sus amores y sus saberes etnográficos. Satué es un educador amante de su tierra. Es miembro del Patronato del Museo de Artes de Serrablo, en Sabiñanigo, del que fue director. Pertenece a la asociación Amigos de Serrablo (www.serrablo.org). Ha publicado varios libros sobre artesanía, etnografía y arquitectura de Serrablo.

Las gentes de la montaña, Ainielle, fueron tragadas por el llano, por los pueblos industrializados o por los de la colonización franquista, como Ontinar de Salz. Hoy, los jóvenes sienten una añoranza indefinida que necesitan concretar en símbolos.

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