sábado, 16 de marzo de 2013

La vieja foto

Casiano Alguacil, hacia 1875. Patio de Toledo, fragmento.

 

Miramos las fotos antiguas con cierto pasmo y algo de temor ante la realidad inexistente. Nos mueve la curiosidad de infiltrarnos  en lo imposible, en el pasado, y sentimos un respeto reverencial al tiempo detenido, a esa irrealidad que se nos muestra creíble, cierta, inmediata, sin los filtros interpretativos del arte. Un halo desvaído de tintas sepias contribuye al misterio, y en esa caligrafía que nos da noticia de lo que vemos  podemos sentir la vida en la plumilla que discurre por el papel, abriendo sus patitas en la curva y cerrándolas al ascender al encuentro con la vertical que baja rotunda. Sabemos del pasado descrito y pintado y del que, además, fue detenido en la fotografía. Y esta paralización del tiempo  desata nuestra fantasía hacia la especulación, con más fuerza que en lo escrito o dibujado, donde la interpretación ya está hecha. 

 

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