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Casiano Alguacil, hacia 1875. Patio de Toledo, fragmento. |
Miramos las fotos antiguas
con cierto pasmo y algo de temor ante la realidad inexistente. Nos mueve la
curiosidad de infiltrarnos en lo imposible, en el pasado, y sentimos un
respeto reverencial al tiempo detenido, a esa irrealidad que se nos muestra
creíble, cierta, inmediata, sin los filtros interpretativos del arte. Un halo
desvaído de tintas sepias contribuye al misterio, y en esa caligrafía que nos da
noticia de lo que vemos podemos sentir la vida en la plumilla que
discurre por el papel, abriendo sus patitas en la curva y cerrándolas al
ascender al encuentro con la vertical que baja rotunda. Sabemos del pasado
descrito y pintado y del que, además, fue detenido en la fotografía. Y esta
paralización del tiempo desata nuestra fantasía hacia la
especulación, con más fuerza que en lo escrito o dibujado, donde la
interpretación ya está hecha.
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